Music Of Cathedrals and Forgotten Temples | 1-Hour Atmospheric Choir Mix
Comienzo hoy con el libro de Job 7: "Habló Job: 'El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; como el esclavo o el jornalero aguarda el salario. Mi herencia son noches de fatiga; ¿Cuándo me levantaré?'" El dramatismo de Job se repite hoy para mucha gente, sumergida en oscuras noches de fatiga y angustia por el paro prolongado y degradante, por los trabajos efímeros, mercantilistas o esclavistas, y por los salarios irrisorios que provocan estrechez y violencia en las familias más pobres. Duele en el alma el mal prolongado en la vida cotidiana de nuestra gente. Este es el pan nuestro de cada día. Pero esta semana, por pura relación de amistad, me he encontrado con un par de amigos con dos historias esperanzadoras. Uno trabaja en un restaurante de la alta cocina. Me decía el cocinero que con su empresario sólo se trabaja cinco días en semana, para que sus empleados se realicen como personas y con sus familias. El otro lo hace en un grupo especial de una multinacional, donde dedica con sus compañeros, sin dejar de realizar sus trabajos y cumplir con sus objetivos, un tiempo semanal para realizar gratuitamente trabajos en favor de la comunidad y ayudar a ONG y otros colectivos que trabajen con desfavorecidos. Me han parecido ejemplos, por la fuerza con la que me lo contaban mis amigos, que marcan caminos y apuntan maneras diferentes para que un mundo nuevo pueda amanecer. "Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo", concluye Job. La vida va demasiado deprisa. Parece que caminara a la deriva. Y es nuestra responsabilidad encontrar caminos de luz, de conversión y de verdadera liberación para cuantos están sumergidos en la desesperanza y la frustración.
1 Corintios 9: "Ay de mí sí no evangelizo. Me he hecho débil con los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar a algunos. Y lo hago por el Evangelio, para participar de sus bienes." Cuánto necesitamos la fuerza del Evangelio. Algo nuevo está naciendo entre las ruinas del viejo Imperio, de la gran Babilonia que se desmorona. Estemos atentos a los pequeños gestos que anuncian el nacimiento de lo nuevo. Proclamemos el Evangelio de Jesús con finura de alma, con pasión de enamorados y con humildad de corazón. Y hagámoslo desde la fragilidad propia y de la de nuestros compañeros de camino. En el Evangelio se contienen las claves que nos ayudarán a salir de este aparente callejón sin salida.
Aquí está el ejemplo vivo. Marcos 1: "Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar." ¿Te parece oportuno que tú y yo, hermano, nos pongamos en la búsqueda del Señor? Sal de tu casa, de tu cómoda jaula dorada. Ponte ante Él, en su presencia, en oración, al amanecer. Hazlo como lo hace un enfermo, o un endemoniado, o un mendigo de la calle o un iniciador de nuevos caminos. Agólpate junto al Pueblo de Dios en su espera, junto al Cuerpo herido y renacido de Cristo. Deja que Él te sane en una comunidad renacida. Tenemos tanto de qué hablar. Tenemos tanto que cambiar. Sal de ti, únete a otros bautizados. Expulsa tus demonios con su gracia. Esos que te arrugan la fiesta de la vida o se la arrugan a tus hermanos. Aún estás a tiempo. Conviértete. Ponte en camino. Realiza gestos de ternura y solidaridad, como el de la pequeña monaguilla Adriana, una niña de 8 años.
Os contaré esta historia llena de fe espontánea, de libertad, de ternura, de sensibilidad, de inocencia entrañable, de misericordiosa y de dulzura infantil. “Llegué a la parroquia de mi prima para celebrar su funeral. Había cinco monaguillos revoloteando por la sacristía, llenándolo todo de alegría. Les pregunté su nombre, pero uno de ellos me dijo que cuál era el mío. "Antonio", respondí. Ellos me dijeron el suyo, salvo Adriana que tuvo como vergüenza de decirlo. Pero, de pronto, con brío, dijo: “Adriana”, y con sus lindos ojos llenos de interés, me preguntó: "Y tú, ¿dónde dices misa?" "En otra parroquia de Madrid", le respondí. "Y, ¿por qué has venido hoy aquí?", me preguntó mientras yo me revestía para la celebración. "Estoy en tu parroquia porque ha muerto mi madrina de bautismo, mi prima hermana mayor, que vivía muy cerca de aquí". Y al oír esas palabras, la niña se me acercó con toda naturalidad. Me abrazó con sus bracitos rodeando mi cuerpo, recostó su cabeza en él y me dijo con voz de infinita dulzura: "Oh. ¡Cuanto lo siento! Lo siento mucho. Voy a rezar por ella. Sí, voy a rezar mucho por ella y por ti al Señor." Yo, conmocionado por el gesto espontáneo y bellísimo de la niña, le dije que se lo agradecía con toda el alma, porque, además, "la oración de una niña tan sensible como tú vale dos veces más que la de cualquier adulto", le dije. Me quedé conmovido, como visitado por el Señor. Adriana se me aparecía como la parábola más pura de inocencia, espontaneidad y fe que yo hubiera encontrado en bastante tiempo. Cuando después, en la misa, leyó una de las preces, junto al resto de los inquietos monaguillos, paré la asamblea para narrar a los presentes lo que había acontecido en la sacristía. Y ahora os la cuento a vosotros. Salmo 146: "Alabad al Señor, que merece una alabanza armoniosa. Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas, sostiene a los humildes." Es increíble lo que el Espíritu puede desvelar en un minuto. Estemos atentos a sus manifestaciones en los niños, en los pequeños y en los humildes. Por ahí nos llega el Señor y su salvación. Vuelve al camino de la fe. Y no dejes de confiar en que el cambio y la conversión son posibles. El Señor te está esperando en cualquier esquina.
Antonio García Rubio. Vicario Parroquial de San Blas. Madrid.
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