A los muy radicales les molestan las palabras de Pablo: "Procuro contentar en todo a todos". A simple y primera vista esas palabras sonarían a pasteleo, pactismo, o ‘buenismo’. Poco serio y poco profético. Pero si continuamos leyendo nos encontramos con algo diferente en 1 Corintios 10: "Contentar a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven." Se puede buscar el contento, la justicia, la dignidad, la felicidad de todos y hacerlo no por pasteleo, sino buscando el bien común, lo mejor, la liberación para la mayoría del pueblo. Nunca buscando el propio bien. Y eso lo hace cada día mucha de la gente que conoces: El barrendero que limpia las calles de tu barrio y la agricultora que cultiva los tomates de tu ensalada; la cirujana que te extirpa tus tumores y el panadero que cuece el pan para tu familia por la noche; el fontanero que arregla las averías de la vecindad y la profesora de matemáticas que enseña a tus hijos; el pescador que te permite alimentarte con pescado traído de alta mar y la funcionario que agiliza tu expediente y el de tu socio para un pequeño negocio.
Y es que 'todos trabajamos para todos'. Del mismo modo que ‘el Padre Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos’, así también tú, como bautizado, que te sientes elegido e hijo de Dios, sabes que no haces el bien para tu propio provecho, sino para poder ayudar a la mayoría. Y que tras cada una de tus acciones subyace un profundo deseo de servir a la humanidad. Recupera ese maravilloso anhelo de servir a los demás a través de tu oficio y de tus ocupaciones cotidianas. A veces te preguntas qué puedes hacer tú por Dios o por tus hermanos. Y la respuesta más primigenia es sencillísima: "Convierte tu trabajo, a pesar de que te reporte un digno salario, en expresión de amor al prójimo, a todo prójimo, sin exclusiones y sin favoritismos. Haz tu trabajo y hazlo lo mejor y lo más perfectamente posible, por puro amor universal a tu prójimo, sin acepción de personas, y sin que medie cualquier tipo de egoísmo malsano.
Y si en algún momento te ves invadido por la locura frenética del egoísmo, de centrarte en ti mismo y olvidarte de los demás y de los pobres, que es el gran pecado de este siglo, entonces, repite en tu silencio el Salmo 31: "'Confesaré al Señor mi culpa' y tú perdonaste mi culpa y mi pecado." Cuando el poder del egoísmo excluyente haga carne en ti, sea este del tipo y condición que sea, conviene que te adentres en un camino de conversión. Levítico 13: "El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro, impuro!" Qué bueno es vivir en comunidad y reconocer tu pecado ante los demás. Es liberador en sí mismo. Es la comunidad la que te facilita un camino de verdadera conversión. Dar muestras externas de conversión, te saca de la mentira y de la oscura hipocresía a la que te has acostumbrado, y te hace caminar por una senda de armonía.
En Jesús encontrarás el aliado perfecto para tu conversión. Jesús va un paso por delante. Por el camino del amor incondicional. Jesús reconoce al hombre que, necesitado y urgido, le busca de corazón. Y ve en él el profundo deseo y la determinación de abandonar una vida absurda y arrastrada. Marcos 1: -"Si quieres, puedes limpiarme." Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: -"Quiero: queda limpio." Esto es verdaderamente fantástico. Aquí se unen dos fuerzas únicas: el hombre, que ha madurado en su situación opresiva, y Dios en Jesús, que busca enamorado, como un amante herido, a su hijo destrozado. Y lo hace con el fin de devolverle la dignidad perdida. El encuentro es la salvación del hombre.
El beato Carlos de Foucauld estaba hastiado de sí mismo y de sus locuras cotidianas: mujeres, fiestas, borracheras, dispendios con su herencia, buena vida y pendencias. Harto de sí y decepcionado de su vida, acudió a la Iglesia, tras ser impactado en su silencio solitario por la piedad de los musulmanes. Allí, arrodillado en la parroquia parisina de San Agustín, con el increíble impulso de la vida profética del padre Huvelin, se encontró con el loco y apasionado amor incondicional de Dios. Y en aquel momento se produjo su radiante conversión. Su vida giró 180 grados. Como Carlos de Foucauld hay cientos de conversos que se encuentran con el toque amoroso y la voluntad inequívoca de sanación y salvación que una persona puede esperar de parte del Padre. "Cuando Jesús se fue, el leproso curado empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes."
Permíteme que hoy rece tantos jóvenes que, quizá como tú, o como el beato Carlos de Foucauld, dilapidáis cada fin de semana vuestras energías en dispendios artificiales, individualistas, hedonistas o autorreferenciales. Pido que se abra para vosotros una espita, una rendija en vuestro sistema de protección vital, de modo que os pueda entrar en el ser un rayo de su luz, y un anhelo de sanación y conversión. Estamos a punto de iniciar la Cuaresma. Prepárate para ese paso y esa conversión. Deje que manche tu frente la ceniza, y que resuene en tu alma el mandato esperado: "CONVIÉRTETE Y CREE EN EL EVANGELIO". Y ponte a caminar.
Antonio García Rubio. Vicario parroquial de San Blas. Madrid
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