Sólo era un rapero, un joven gordito, como él decía en sus raudos y vertiginosos cantos y recitados, uno más entre los cientos que cada día, y a cada hora, tratan de entretenernos y hacernos soñar o sonreír con sus variadas artes en los vagones del Metro. Me ha resultado admirable, ingenioso, simpático y genial en su descripción de la sociedad que somos; y me ha salido, como a otros, el aplauso, la moneda del bolsillo, la risa, y, al final, las lágrimas cuando se marchaba a otro vagón. Jóvenes llenos de luz y de dones, que han de buscarse la vida cada día de los modos más avispados ante la falta de trabajo y de ayudas para su desarrollo humano integral. Oh, Dios, cómo me corrían las lágrimas de admiración, de gratitud, de sencilla oración por tantos jóvenes que no saben cómo afrontar el día a día de su existencia, estando como están, preparados y dispuestos. Pero esas lágrimas eran más que lágrimas.
Juan 3: "Todo el que obra perversamente detesta la luz para no verse acusado por sus obras. El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras son según Dios." El que persevera en la luz, llevado por Dios, puede adentrarse en el llanto. El creyente puede hacerse persona entre lágrimas, entre las suyas y las de tantos otros hermanos. Es cierto que las lágrimas entorpecen la visión, pero también lo es que limpian los ojos del alma y nos acercan la luz. Entre las lágrimas y la emoción producidas por la pasión de Cristo y por la pasión del mundo, nos vamos adentrando en el hondón de la Cuaresma. Y ahí, a llorar. A llorar con el alma. A llorar manteniendo ese arroyuelo de lágrimas que nos nacen en lo más profundo de la amorosa presencia del Misterio de un Dios encarnado y clavado en una Cruz. Él es la viva presencia de una humanidad rota y herida, avasallada y oprimida, negada y excluida.
Lo sugiere el Salmo 136: "Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión". Y Pablo nos habla del don de lágrimas; de esas lágrimas que se nos escurren por las mejillas cuando percibimos estados, palabras o gestos que nos tocan el alma y la conmocionan, y conmocionan igualmente a los que nos ven. Lágrimas de Jesús, conmovido por la muerte de su amigo Lázaro. Y nosotros lloramos en el alma de mil maneras, lo hacemos con la nostalgia de los judíos deportados a Babilonia; con el pavor de los que ven morir de frío a sus hijos en los campos de refugiados; con la angustia de la familia con muertos o heridos en la atroz, miserable y consentida guerra de Siria; lloramos con las mujeres que sufren explotación, trata denigrante, bajos salarios, violencia de género, la desigualdad, el desprecio...
Hay demasiadas lágrimas en este mundo y en esta Iglesia. Lágrimas de corazones atormentados por la soledad y la espera. Lágrimas de esa multitud incontable de pecadores arrepentidos, de pobres y de excluidos. Lágrimas de cuantos viven en la gran tribulación y en la contradicción de tener que poner cara de fiesta a los otros para poder sobrevivir, mientras rezuman amargas lágrimas cada noche en sus almohadas.
"En los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras. ¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera!" ¿Cómo colgar nuestras ideas y criterios, esas más que variadas opiniones y flirteos al aire envenenado de este mundo líquido, como si no fuéramos parte de él? Y, ¿cómo hacer para que renazca la historia de salvación, la que busca desaforadamente el bien común, la paz, la fraternidad, el respeto a las diferencias, la igualdad entre hombres y mujeres, la misericordia y el perdón que nos liberan de la culpa?
La Cuaresma es buena para llorar de emoción contenida. Pues las lágrimas y los sollozos del corazón y del alma son en sí mismos oración, ternura, misericordia, camino de justicia y de compasión. ¿Cómo no orar por este mundo, junto a este Cristo Maestro que carga con su cruz y bebe su amargo cáliz, que es el nuestro? 2 Crónicas 36: "El Señor tenía compasión de su pueblo y de su morada." Consolad a mi pueblo. Compadeceos de esta tierra asfixiada y agarrotada por poderes inmisericordes. Efesios 2: "Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Que es don de Dios; y no se debe a nuestras obras. Pues somos obra suya."
Deja correr tus lágrimas de fe y de amor conmovido, y dedica esta próxima semana de Cuaresma a hacer posible las obras que Dios quiere que realices. Renace de nuevo, como lo hacen los recién nacidos, del llanto, del sollozo y del susurro de una oración prolongada y confiada. Realiza, como un niño lleno de cándida paciencia y misericordia, de esa que pide el Papa Francisco, las obras buenas que Él determina que tú y tu comunidad cristiana practiquéis.
Antonio García Rubio.
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