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viernes, 20 de abril de 2018

IV DOMINGO DE PASCUA


Las lecturas rezuman el nombre de Jesús. En Hechos 4 leemos que: "Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos." Jesús es la piedra desechada. Y las piedras de desecho que se arrinconan en nuestros barrios son las personas humilladas, sin  futuro, desalentadas, agotadas de sufrimiento e infravaloración. Cristos vivos que reclaman nuestra presencia y mirada, nuestra atención, solidaridad y compromiso. Duelen en las entrañas estos olvidados y abandonados a su suerte. Pero, ellos están llamados a ser los artífices del gran cambio, y son el acicate para que sociedad y la Iglesia se dejen la piel por abrir caminos a la trasformación de la sociedad. En el trato de amistad con Cristo y los otros Cristos, desechos humanos que vive en la periferia, está la luz que motiva y da sentido a la vida.
En el Salmo 117, leemos que "mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes." El ser humano ofrece poca fiabilidad y confianza. Y no digamos si forma parte de los círculos de poder donde se cuecen las decisiones que blindan sus intereses y usan la fuerza destructora o aniquiladora, sin que les importen los millones de vidas desechadas. Es imposible la confianza en el poder instrumentalizado de los poderosos. "Sólo Dios", decía la sabia y santa Teresa de Jesús. Sólo en Él, y en el pueblo al que Él ha venido a sacar de su exclusión, hemos de confiar. Para esa misión viven las mujeres y los hombres de fe y cuantos confían en la conversión.
Cristo Resucitado, al que celebramos, es bendición y fiesta. La relación con su persona y su presencia es especial. Se da en el propio corazón y en el encuentro con los desamparados, que muestran su viva imagen. 1 Juan 1: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es." Emociona este pasaje. Para los poderes de este mundo somos desecho. Pero no así para Dios. No. El Hijo Amado del Padre se ha puesto de parte de los desechados, pues también Él es piedra de desecho. Y contamos con Él. Somos sus hermanos e hijos del mismo Padre. Con Él buscamos el bien entre graves paradojas y contradicciones. Aún no se ha manifestado lo que seremos, pero acabaremos reflejando la imagen del Hijo, el Buen Pastor, que pasó por la tierra haciendo el bien.
Lo explica Juan 10: "Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas." A veces me  pregunto dónde se encuentra la escuela para aprender a ser ese buen pastor que se nos pide ser. Y sólo encuentro una verdadera: el pueblo llano. En él se esconden las imágenes vivas y los ejemplos a seguir del buen Pastor. Las madres y padres que se desgastan con el cuidado de sus familias, manteniendo hogares creativos, a la escucha y solidarios; la muchedumbre de voluntarios que dan lo mejor del ser humano en Cáritas o Manos Unidas, en parroquias, en las plurales ONGs, en el compromiso político, sindical, cultural, social, religioso; Los hermanos, amigos, conocidos, y miembros de nuestras comunidades, los posibles adversarios que nos critican, que nos analizan y nos descubren los fallos, las incoherencias entre lo que predicamos y lo que hacemos; y la cantidad de buena gente que cuida enfermos, crea iniciativas sociales para ayudar al otro a ser feliz, para salvarle de sus ahogos, a liberarlo de sus cadenas…
Es el pueblo humilde el que nos enseña a cuidar, a alentar, a avanzar, a ser auténticos, a trabajar sin desfallecer, a sacar provecho de las adversidades y las contradicciones, a amar sin medida, a ser solidarios, a ser buena gente, a ser naturales y espontáneos, a ser cariñosos, a cuidar de los débiles y los desechados, a vivir con fe y confianza…
El Buen Pastor busca a cada uno, a cada oveja perdida o ninguneada: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor." Prestémosle atención. Y, con Él, seamos buenos pastores al servicio del pueblo de Dios. Caminemos con Él hacia una humanidad nueva, fraterna, plural, con aliento y empeño, que está sedienta de justicia y de amor.
Antonio García Rubio.

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