Marcos 4: "Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola." Trabajar y descansar. Eso es. Y de vez en cuando llorar o sonreír. De eso se trata. Y dejar que la secreta y alucinante voluntad de Dios se realice. Procurar colaborar con ella con un limpio corazón. Y, del mismo modo, cuidar de no entorpecer su desarrollo. Por eso, tan importante como servir es retirarse al descanso tierno de la presencia y del encuentro con el Señor. Dejar que la semilla del Reino, que Cristo, el sembrador, ha plantado como trigo que cae en tierra y muere, dé fruto y fruto abundante. Ese es el pan tierno que el Padre tiene amasado, fermentado, cocido y puesto encima de la mesa de su Reino para nosotros, sus hijos bienamados.
"La mostaza es la semilla más pequeña, pero después brota, y se hace más alta que las demás hortalizas." Este es un misterio, que no podemos ni provocar ni controlar. Sólo Dios. Como Jesús enseñó, como Él mismo hizo, lo nuestro es ser una más entre la multitud incontable de pequeñísimas semillas de vida nueva, que el Sembrador cultiva en el barro de la Tierra. Su aliento, que es hacedor de perlas preciosas, cosechador de trigos generosos, labriego de mostazas de grandes brazos acogedores, y artífice de alegres pipos de uva, dará el fruto soñado, trabajado con empeño y anhelado por el hombre. Por nuestra parte se trata de dejarse hacer, de servir y de entrañarse con Él, para trabajar, servir y crecer hasta desbordar. Somos seres increíbles porque el Amor inmenso del Padre y Creador nos ha dado esta oportunidad única y apasionante.
No hemos de creernos nada. No hemos de anhelar ser importantes. Al contrario, hemos de buscar los últimos lugares, e implicarnos y embarrarnos. Lo demás se nos dará por añadidura.
2 Corintios 5: "Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe." ¡Qué belleza de sabiduría la del Apóstol Pablo! ¡Qué hermosura la del conocimiento que el Señor, gratuita y generosamente, le otorgó y inspiró para bien de todo su Cuerpo! Mientras dure la peregrinación, porque pobres e indefensos peregrinos somos, andaremos lejos del Ser, de la centralidad del Misterio que nos ha convertido en vivientes. Y eso nos hace caminar entontecidos o alocados o despistados o ensoberbecidos o atemorizados o bravucones o humillados y oprimidos. Y, desterrados de este modo, sólo tenemos el apoyo inconmensurable de la fe. Vivimos en fe y de la fe. Y no podemos apartarnos ni un instante de ella. Cuántas gracias hemos de dar cada día, en medio de nuestras locuras y demencias, nuestros dolores y heridas, nuestros errores y maldades consentidas, por el hecho de haber encontrado la gracia inmensa de creer, de confiar, y de escuchar estas palabras de luz y de vida en medio del horror y de la noche. Mantengámonos cada día guiados por esta dulce fe que confía y provoca el crecimiento imparable de la semilla sembrada.
Salmo 91: "En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi Roca no existe la maldad." ¡Qué bueno es todo lo que desvelamos sobre la voluntad de Dios, incluso en la vejez, cuando nos van faltando las fuerzas, o se ve apagar la luz en el horizonte vital! No hay edades para esta llamada revolucionaria que nos da la vuelta al modo de pensar y de vivir. Todo cambia, cuando todo se entiende desde esta semilla de fe, que secretamente crece ensamblada al polvo de las estrellas, del que estamos forjados a su imagen.
Ezequiel 17: "Todos los árboles silvestres sabrán que yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos. Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré". Sólo la humildad nos da el toque de gracia necesario, para que el crecimiento sea posible y armónico. Sólo los humildes, como María, pueden ver como lo bueno y lo santo crece y asciende sin que el hombre pobre sepa cómo. Y toda esta rica donación nos supera. Hasta la aparente sequedad, la frialdad y la increencia sanarán y florecerán con sus cuidados y con el tiempo. Esperemos sin dejar de estar atentos y activos.
Vivía inquieto, afectado y cansino, tanto, que no vivía. Pretendía controlarlo todo, y, sin embargo lo bueno, lo que da vida, no lograba sometérselo. Hasta que alguien le hizo caer en la cuenta, y comenzó a confiar, a escuchar, a servir con humildad y a dejarse tocar el alma y sorprender por lo secreto y auténtico de la vida. Y empezó a vivir y amar.
Antonio García Rubio.
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