1. LA DECEPCIÓN
Josué 24: "¡Lejos de nosotros abandonar al Señor…! " Esta semana encontramos una Iglesia castigada por los casos de pederastia y decepcionada de sí misma. Algunos abandonan, otros se llenan de rabia, y no pocos se decepcionan. Cada día nos llegan nuevas historias sobre el dolor infinito de las víctimas, que bombardean el corazón de los creyentes, decepcionados al conocer estas depravadas historias en el interior de la Iglesia de Cristo.
“El Señor es nuestro Dios; él nos sacó de la esclavitud y nos protegió en el camino.” La decepción, contraria a la confianza en el Señor, es destructiva. El Papa Francisco escucha cada día a las víctimas y toma soluciones drásticas para sanar tanto las heridas como la decepción de la Iglesia. Se muestra contundente en su carta: “Esto se manifiesta con claridad en una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que ‘no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo.”
2. EL PODER
El clericalismo, que es el abuso de un poder dado a la Iglesia por Dios, sólo para generar el bien y la paz, es el gran pecado. Y aquí ha de situarse la penitencia y la transformación. La causa principal, entre otras muchas, es el mal uso y el abuso del poder recibido de Dios para bien de todos. Y no es sólo la pederastia atroz, mantenida y oculta, la que provoca la decepción de los fieles. Hay otras cuestiones no menos importantes, como el uso del dinero y la autoridad, el poderío y la prepotencia, el manejo arbitrario y sin control por una parte del clero de las instituciones, creyéndose dueños y señores de diócesis, parroquias e instituciones. ¡EL PODER!
Este tiempo crucial avisa de la urgencia del cambio. Y pide osadía, voluntad para reparar los daños y voluntad para transformar las causas que generan los males que afectan a la Iglesia. Cristo no nos abandona en la noche. Aquí no hablamos de juegos de niños o adolescentes, sino de un mal endémico instalado en adultos amparados y cobijados por una estructura de poder religioso mal controlado y planteado. Poder piramidal e inamovible, sustentado por la gracia de Dios, pero carente de participación, supervisión y control por las comunidades cristianas.
3. EL GRITO
Sólo si la Iglesia escucha y enmienda ese pecado, iniciará una verdadera sanación en su ser. Salmo 33: "Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias". Los pequeños ultrajados han gritado y han sido escuchados; y sus gritos aparecen hoy por toda la Tierra. Cristianos, sacerdotes y obispos, han de escuchar y dar soluciones sin paños calientes ni perdones forzados. Es hora de dejar que el Espíritu y el Evangelio ayuden a transformar un sistema de poder que provoca tan variada corrupción. El miedo es un aliado del poder. 'Entre vosotros, dice Jesús, no será así'. Miedosos y ciegos llevan a la Iglesia a un callejón sin salida.
4. LA HORA
En esta crisis, la Iglesia de Jesús, guiada por su Espíritu, ha de aprender a desprenderse de su pasado clerical, a aceptar y pedir perdón por sus pecados, a no esconderse y a buscar la transparencia. El Señor la guía con el poder del amor, que ella ha de llevar con dignidad y humildad en vasijas de barro. Paso a paso ha de abandonar los poderes obsoletos y corrompidos que no son de Dios. Y reconocerse llamada a la comunión y la fraternidad, a mantener un sólo corazón y una sola alma, a vivir con el poder de ser sal, luz y fermento para todos; poder de Dios que es misericordia, concordia y paz. Sólo así la Iglesia mantendrá la alegría de la salvación y el buen humor que, en tiempo de crisis, aún ha de ser mayor.
Con mesura y caridad hemos de volver a la renovación y conversión iniciadas en el Vaticano II. No la frustremos más. Juan 6: "Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.'" No lo haremos así en esta noche. Por el contrario, la oración nos anima a apasionarnos por ver florecer una Iglesia fraterna, servidora, transparente, participativa, sin autoritarismos disfrazados ni clericalismo alguno. Una Iglesia que sude y trabaje por el bien, y que condene el mal sin paliativos. Somos mayoría los que vivimos en esa onda.
Antonio García Rubio
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