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viernes, 14 de septiembre de 2018

DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO



¿Te engaña tu mente acolchada, ahíta y cansada de prejuicios, condicionamientos o afectos adolescentes? ¿Te ofrece imágenes de ti mismo, de tus hermanos o de Dios, que descubres como falsas, idolátricas o confusas? ¿Acaso algo castrante te impide ver con ojos limpios, los de Dios, los del amor?
Así dice el Salmo 114: "Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia." ¿Cuántos despertamos con sabor amargo, por los sueños habidos tras dormir con la cabeza embotada de noticias infames, violentas, polémicas, artificiales o plagadas de temores para nosotros y para tantos humillados? ¿Cuántos sueños negativos nos abundan en la fragilidad o la decadencia de modelos culturales o religiosos impuestos, manipulados o fracasados? Y ahí, en esa pelea contradictoria, ¿cuántas veces, nos vemos llevados a rezar con este salmo: "Invoqué el nombre del Señor: 'Señor, salva mi vida.'"
"Sálvanos, Señor, que perecemos", gritan los apóstoles, y los se ahogan en las costas; o los que lloran en sus pobres catres, heridos por el paro, las enfermedades incurables, o las pobrezas mentales sin salidas. Recemos hoy con Isaías 50: "El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes... Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí?"
Muchos nos aferramos a la fe en el Señor, porque sabemos, por íntima experiencia, que Él está con nosotros, sin dejarnos solos en los peligros. Esta es una de las pocas verdades con que contamos. La visión que elabora nuestra mente, nos ofrece imágenes erróneas, falla o nos hace fracasar, pero Él nunca lo hace. Los creyentes sanos, que purifican por la oración y el servicio la mirada y el corazón, muestran a los desamparados que Dios no desampara. Y acaban siendo voz, mano, aliento, sonrisa, palabra, gesto, ayuda, servicio, compromiso o consuelo de Dios para este mundo de hijos sufrientes. "¡Dios, nos decía el pasado domingo el Papa, vapuleado por una maldad organizada, nunca da un paso atrás con su amor!"
Sabiendo lo que los creyentes estamos llamados a ser para nuestros hermanos, reconozcamos con sinceridad las cientos de veces que somos víctimas del orgullo, engaño, violencia e hipocresía; las mil veces que hacemos lo contrario a lo que nos enseña el Maestro. Es ahí, donde se sitúa la denuncia viva de la Carta de Santiago 2: "Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: 'Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago', y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no tiene obras, por sí sola está muerta."
¿Cuánta fe muerta e hipócrita acumulamos en las conciencias de bautizados?
No te crees mala conciencia ni culpabilidad estéril ante esta pregunta. Recibe la correción fraterna de la Palabra, que te ayuda a despertar. Tu mayor dificultad para ser auténtico, es tu conciencia adormilada por la costumbre; tu ideología política, que identificas con la fe católica; el abuso de las medias verdades; tu hábito de poner paños calientes; ser un interesado o un timorato consentidor con el mal; o la cobardía que te adormece y te justifica en lo que no es.
Ese fue también el intento de un Pedro ciego, ansioso de poder y miedoso. Marcos 8: "Pedro se lo lle­vó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: '¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!'"
El que no es fiel a su conciencia iluminada por la Palabra, no sirve para ser ni discípulo ni testigo de Cristo. "Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: 'El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mis­mo, que cargue con su cruz y me siga.'"
Es decir, cambia tu mente y tu corazón. No sigas esclavizado al pasado o a tus prejuicios. No avives la cobardía de tragar lo intragable ni de aspirar lo infumable. Relaja y libera tu mente y tu corazón ante la mirada del Amigo que carga con la cruz, y te hace partícipe de su luz y su transparencia. Qué bueno te será ver lo que de verdad es. Que nadie invente en ti o te genere torcidas malformaciones. Y que siguiéndole a Él, puedas desvelar tu verdadera imagen, y la de tus hermanos, y así vivir de un modo nuevo y apasionante esta vida, llamada a manifestar la gloria de Dios.
Antonio García Rubio

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