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viernes, 5 de octubre de 2018

DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO


Marcos 10: "'Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se uni­rá a su mujer, y serán los dos una sola carne.'" El matrimonio que es sacramento, es el fruto maduro de la acción de la gracia, y proviene del seguimiento obediente de los esposos a Cristo Jesús. Sin el trabajo de la gracia es espinoso entender, en un mundo como este, de qué estamos hablando. Toda entrega radical de la vida, como en el matrimonio cristiano, es un don que beneficia a todo el Pueblo de Dios. Los que, a pesar del esfuerzo humano, no son capaces de vivir la gracia del sacramento, han de contar siempre con la acogida y la ayuda de la Iglesia, con su palabra, su comprensión y con su entrega para acompañarles en un proceso de fe y vida cristiana.
Del mismo modo, y aún con mayor intensidad, la Iglesia madre ha de acompañar los pasos de aquellos hijos que se ven abocados al fracaso en su vida matrimonial. Y con agudeza y amor acompañar sus nuevos caminos, para que puedan mantener su vida de fe y acrecentar su seguimiento a Cristo. Hacer un proceso de discernimiento y de acompañamiento a los que han dejado de experimentar la fuerza de la gracia, y, sin embargo, mantienen el anhelo de estar abiertos a la Palabra de Dios y a la participación activa en la comunión con Iglesia. Hemos de hacer posible que ningún hermano se quede sin desarrollar la gracia única y plena de su bautismo; y que nadie se quede solo en procesos de ruptura, pues “no está bien que el hombre esté solo.”
Génesis 2: "El Señor Dios se dijo: 'No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle al­guien como él que le ayude.'" No, no está bien que el hombre esté solo. En este siglo, con los problemas graves que salen a la luz sobre el comportamiento de algunos sacerdotes, vemos que tampoco es bueno que ellos estén solos. No, no es bueno. Sólo aquellos que han sido llamados para una misión específica y arriesgada, y que tienen bien afianzado en su ser, tanto la llamada y el seguimiento, como la participación en la cruz del Señor, habrán de aventurarse en una vocación que lleve consigo una soledad sonora, vibrante y contagiosa del amor de Cristo. El resto han de vivir en comunidad de vida, ya sea mediante el matrimonio o mediante otras formas de vida común y fraterna. Ya que el resultado de una soledad mal planteada, y mal vivida, puede ser desastroso para la persona y su entorno.
Es hora de contemplar con la limpia mirada de Cristo, la vida de esas soledades que a la larga resultan impuestas. No es bueno cargar fardos insoportables a ninguna vocación ni misión en la Iglesia. Sólo el buen árbol, que da frutos de amor y Evangelio, ha escuchado la llamada de Jesús y la ha convertido en opción de vida y respuesta obediente. No, no es bueno que el hombre esté solo. Este tiempo de crisis profunda es para hablar de muchas cosas; y en especial, de esas que no se han planteado con naturalidad y hondura de fe en los últimos años. Hemos de mantenernos en busca de la más auténtica verdad de Dios y también de la más sana verdad del hombre, sea cual sea su condición. Así sí será verdad lo que dice el Salmo 127: "Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien."
La ‘casa construida sobre piedra’, pase lo que pase, no se derrumba. La clave pastoral y espiritual de la Iglesia, de cada comunidad y familia cristiana, es cuidar con esmero trascendente el hecho de que cada bautizado viva su seguimiento amoroso a Cristo. Sin Él en la vida y en el corazón ni hay camino cristiano, ni surte efectos visibles el uso o el abuso de los sacramentos de la Iglesia. Cristo no es un artículo de consumo más. Es así como el cristiano nunca estará solo.
Las entrañas inmisericordes del ser humano han de adentrarse en la vivencia del misterio de la cruz del “Guía de nuestra salvación”, como apostilla Hebreos 2. Dios ha juzgado conveniente la identificación con Cristo y su cruz; de lo contrario, todo se suspenderá en el aire. Una fuerte tormenta o un estridente tornado dejarán exánime, sin aliento, al que no ha conocido y amado a Jesucristo. No estás, hermano, en la época más clarividente de la historia. La crisis es honda y afecta a nuestro creer, vivir y convivir. Aprende, pues, a ser paciente y mantén tu búsqueda diaria del Resucitado. Él llena de sentido lo que somos y padecemos. Conviértete de su mano en aprendiz del amor. No es cuestión rigorista ni voluntarista, sino una tarea humilde de obediencia y seguimiento amoroso. La gracia actúa en ti a través de la comunión con la Iglesia.
Son muchos los célibes y matrimonios que han recibido la gracia de mantener su humilde luz entre tanta oscuridad. Y no son pocos los sufrientes que no han podido vivir tanta gracia, pero que, igualmente, son un ejemplo por el pundonor con el que se levantan del abismo y emprenden nuevos caminos de vida, de amor y de luz, en busca de la gracia. Unidos salvaremos esta dura crisis con la comprensión de todos con todos. Y Cristo en nuestro centro.
Antonio García Rubio.

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