El otoño es tiempo propicio para experimentar la ensoñadora caída de las hojas de los árboles, esos grandotes que nos amparan y dan alivio en los rigores del verano, y para gozar de la belleza de la decadencia. La lluvia hace acto de presencia. Entramos, ante tanta desprotección y otoño social, en una melancolía que invita a la intromisión, la intimidad, la reflexión y la búsqueda. En nuestras vidas frágiles y sensibles, renace la Sabiduría 7: "Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. En su comparación, tuve en nada la riqueza. Me propuse tenerla por luz. Y con ella me vinieron todos los bienes juntos."
¿Quién es la Sabiduría? Es el ser mismo de Dios que manifiesta los secretos ocultos y desvelados por el Hijo: Misericordia sin fin, amor entrañable, paternidad protectora, bondad misteriosa, justicia emergente, seguimiento de Jesús, y fraternidad plena para la gente de buena voluntad, para los desfavorecidos y los tratados sin bondad. Salmo 89: "Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos." Esta bondad de Dios se instala, mediante la acción del Espíritu, en nuestros corazones. Y nos hace vibrar en una armonía contagiosa de buenas y serviciales obras de amor, acogida, solidaridad, empatía y misericordia.
Decía Madeleine Delbrêl que la falta de bondad y de acogida en muchos dirigentes católicos, había alejado y apartado a los obreros y los pobres de la Iglesia Católica en la primera mitad del siglo XX. Esta constatación nos afecta, y nos llama a cuidar y hacer posible una Iglesia abierta, sincera de corazón, acogedora y trasparente. Es la bondad de Dios hecha carne en nuestra pobreza. Y así, bondadosos, volver a encontrarnos; volver a sentir el vibrar de una Iglesia, que es madre acogedora de su pueblo, perplejo o alejado, y de sus jóvenes, ahora presentes en el Sínodo de los Obispos.
Pero, ¿quién nos conduce a una conversión que nos enfundará la bondad como modo de ser y vivir? Sólo la Palabra de Dios tiene poder para provocar semejante conversión. Sólo ella, si la acogemos silenciosos, auténticos y solidarios; si la reconocemos en su poder transformador; y si la dejamos entrar hasta nuestras coyunturas y tuétanos. Como hizo María, a la que hemos evocado estos días en su Pilar de fe. Así dice la Carta a los Hebreos 4: "La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen coyunturas y tuétanos."
La conversión que nos busca, no quiere cristianos a medias, aunque sean pecadores. No basta que los cristianos sean buena gente y cumplan las leyes. Jesús se muestra transparente y contundente a la hora de hablar a los que ama. Les muestra un camino que no falla. "Desde el momento que descubrí que había un Dios, dice Carlos de Foucauld, entendí que mi vida entera sería para él". Sin embargo, no todos tenemos valor para abandonar los hábitos negativos, el amor al dinero, la obsesión por la seguridad o la libertad individualista y consentida. Aunque somos llamados por Jesús con pasión y ternura infinitas, pero con mano firme. Marcos 10: "'Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.'
Muchos conversos llegan a la conversión escuchando estas palabras de sabiduría en el corazón de Dios, en momentos de intimidad o de trato de amistad con el Señor. Otros, como el joven rico, no contactan con la fuerza del seguimiento, y se quedan estancados en buenas, pero anodinas existencias. “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”.
El poder de Dios se manifiesta en nuestra debilidad y nos hace alegres con la presencia del Espíritu en nuestra más íntima intimidad. Los discípulos, aún sin haber vivido Pentecostés, se espantaron: “Entonces, ¿quién puede salvarse?” La respuesta de Jesús muestra que la conversión no es obra humana ni construcción del hombre. “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”. Así que afianza la esperanza y la confianza. Y canta y ora, en esta renovada intimidad otoñal, con la sabiduría de los amigos del Novio: "No me elegisteis vosotros, fui yo quien os elegí. Vosotros sois mis amigos, seréis mis testigos. Viviréis en mí". Hazlo con el corazón humedecido por lluvias y lágrimas. Y remata con San Juan de la Cruz: "El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa". Anda, pues en bondad con la gente.
Antonio García Rubio
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