CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
En el último domingo de Adviento contemplamos cuatro bellas pequeñeces: Belén, la viña, Isabel y María. Ante ellas sentimos hondo, y muy honda, la necesidad de empequeñecer y achicar nuestras personas. Hay mucho que abajar y estrechar para que Tú, Señor, nazcas y crezcas 'en este aprieto de hombre y de mundo en el que con tu esperado nacimiento nos das respiro y anchura.'
BELÉN.
Cuando eras niño escuchabas decir a tu madre que eras 'el más guapo del mundo' y que nadie podía compararse contigo. También oías decir a tu padre que tenías que comerte el mundo, ser el primero en todo y devolver todas las patadas recibidas, pero mucho más fuertes.
Cuando eras niño escuchabas decir a tu madre que eras 'el más guapo del mundo' y que nadie podía compararse contigo. También oías decir a tu padre que tenías que comerte el mundo, ser el primero en todo y devolver todas las patadas recibidas, pero mucho más fuertes.
Sin embargo, en la Palabra de este domingo, a escasas horas de celebrar la Navidad, Miqueas 5 te invita a recapacitar sobre la importancia de la pequeñez, sobre el despertar de los últimos: "Tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel." La última y pequeña Belén es la elegida, -como lo fueron la viuda de Sarepta, la viuda de Naím, la Sirofenicia, la Samaritana o la Magdalena...- Elegida para ver amanecer en las humildes y ardientes entrañas de su pueblo al Esperado de los tiempos.
LA VIÑA.
El Señor viene a visitar su pequeña viña. No viene a compadrear con el poderío romano, ni con los importantes de la gran Jerusalén. No viene para ser aplaudido y hecho rey de Israel. No. Él viene a visitar su humilde viña, la de los humildes y pobres, la de la multitud y la mayoría oprimida y maltratada, fustigada por graves heridas, enfermedades y sufrimientos. Pero una viña próspera en nobleza de espíritu, en bondad y en belleza. Una viña anciana, un resto de pueblo sencillo y bienaventurado. El pueblo elegido para dar fruto y fruto abundante. Salmo 79: "Ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa. Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste." La vieja y olvidada viña acogerá el fruto bendito del vientre de la hija de Sión, de la elegida entre el resto de los limpios de corazón que esperaban el día de la liberación.
ISABEL.
La primera mujer. La anciana que dará el último fruto del viejo pueblo: el precursor, el Bautista. El más grande nacido de mujer, que convoca a la conversión, para que el resto inicie un tiempo nuevo. Y ella, Isabel, el icono del resto de Israel, enseña que no hemos de desdeñar el misterio de las ancianas que hoy pueblan nuestras Iglesias envejecidas. Ellas son un símbolo precioso de este otro resto que, en el siglo XXI, permanece en la Iglesia, con increíble humildad orante y con una serena fuerza evangelizadora. Tras la poda increíble, la debacle histórica, y la crisis que arrastramos desde muy lejos, las ancianas mantienen la fe y la alegría. Como Isabel saltan de gozo. El pobre y pequeño resto se alegra y emociona, como Simeón y Ana, "porque sus ojos han visto al Salvador". Ellas, y ellos, menos, son las que en medio de las pruebas han seguido diciendo cada día, con Hebreos 10: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad." Fidelidad que acabará dando fruto entre estrecheces y agobios. "Venid a mí."
MARÍA.
María, es la juventud. Esclava del Señor, madre, discípula, obediente, presente eterno, eclosión de la Vida, novedad, ternura, belleza, bondad; María la inesperada, la rompedora, la creativa, la bien amada... Letanías y más letanías dirigidas a María desde un pueblo fiel y agradecido. Ella es la rama verde del viejo tronco. No todo estaba ni está perdido. Tú, como María, estás llamado a ser el inicio de lo nuevo y lo eterno. No importa tu edad, ni la nación en la que has nacido, ni tu sexo, ni la diversidad que expresas en tu ser y comportamiento... Lucas 1: "María se puso en camino y fue aprisa a la montaña. Isabel se llenó del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo? ¡Dichosa tú, que has creído! porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." Apasionante encuentro entre las dos mujeres. Siempre ellas en el centro de la historia, sin aparentar.
También en este tiempo presente. Dichosas vosotras por creer, por cuidar, por preparar el futuro con esperanza. Y nos nació y se nos dio un Niño. Emmanuel, Dios con nosotros. Gracias, María. Gracias, mujeres. La Navidad se nos echa encima, te abaja como María, y te adentra en el misterio de los abajados, los achicados, los aplastados. Es el mismo misterio de Cristo. "Se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo." Empequeñece tú también como Él. Harás felices a muchos.
Antonio García Rubio.
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