Isaías 6: "Mira: ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado." Hay muchas personas secretamente carcomidas por la culpabilidad, y entregadas a hábitos negativos que, aunque les decepcionan, sin embargo, se mantienen instalados en ellos. Y muchos ya no saben cómo abandonarlos. Son personas que necesitan una profunda sanación de sus tripas por los excesivos apegos de su mente, por los reiterados prejuicios de su corazón, y por los múltiples condicionamientos. Y ese mundo secreto, atropellado, y provocador de dobles vidas, les satura el alma con una grasa que les ralentiza, con un frío de tiritona que les produce calambres que les doblan, y con ensoñaciones tóxicas que les paralizan. Es una gran preocupación que algo de eso les pueda pasar a los bautizados y a los creyentes. Si eso fuera así, resulta evidente pensar que como consecuencia de ese acomodo mundano se esté ritualizando o paralizando la evangelización; y así van quedándose estancados el anhelo de conversión y la misma fe; y queda apocada la transformación personal, social y comunitaria.
"Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" Así las cosas, la única manera de poder contestar a estas preguntas afirmativamente, y con total disponibilidad, como el profeta - "aquí estoy, mándame" -, sólo será posible, una vez que los bautizados ofrezcan unas vidas trasparentes después de abandonar la dualidad y la culpabilidad destructoras. Y no es tarea fácil, pues se necesita una profunda sanación de la persona y un prudente acopio de gracia, pues se dan no pocos bautizados que pueden estar profundamente acosados y asimilados a un ego que anda embrollado con el mal.
Algo que aprende todo cristiano, al ser partícipe de este mundo tan complejo y dramático para la vida de la gente sencilla y humilde, es que todos, aun siendo amenazados por el mal y por la culpa, estamos y nos sabemos en las manos de Dios. Salmo 137: "Extiendes tu brazo y tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos."
Dios, en las coordenadas del tiempo, parece que tarda en llegar. Sin embargo, cuando se persevera en su espera, se experimenta que siempre llega. Ahí está el ejemplo de la vida y la conversión de San Pablo y de tantos otros: 1 Corintios 15: "Por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no se ha frustrado en mí." Este es un texto lleno de luz. El converso sabe que el pasado ha pasado. Y que ya nunca vivirá en él ni para él. El creyente se sabe vivo para un presente eterno que se le regala, el de Dios. El bautizado se sabe llamado a un modo de ser, nuevo e inagotable. En él no se encuentra ni el pasado ni el futuro. Es un presente vivo, lleno de luz e inteligencia. No tiene fin y se experimenta y transciende como puro amor.
Es la misma locura de amor que experimentó Pedro. Locura que acabó con la culpa, al transformarla en un amor concreto y activo en favor de los demás. Es ahí, en esa experiencia novedosa, donde nacen los pescadores de hombres; los discípulos que dan la vida por amor, confiando en la Palabra de Jesús. Lucas 5: "Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él al ver la redada de peces que habían cogido; Jesús dijo a Simón: No temas: desde ahora serás pescador de hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron."
De ese modo se puede comprender el asombro y la entrega de tantos bautizados. Quizá la tuya, hermano. Así puedes acercarte al conocimiento de tus propias decisiones valientes, superando toda culpabilidad. También puedes entender mejor tu propia vida y las vidas de tantos que son capaces de dejar atrás sus propias culpas, para ponerse a servir y a entregar amorosamente su tiempo y sus personas. Seguro que tú lo has hecho en muchos momentos con una fe valerosa. Y lo has intentado de mil maneras, mediante el discipulado, el apostolado, el trabajo por la libertad o por la liberación de los oprimidos. También habrás ayudado a los pecadores, los atascados, los apegados y los condicionados. No te habrán faltado arrojos para levantar y dignificar la vida de todos aquellos a los que has encontrado arrollados por este sistema económico destructor de vidas. Y tampoco te habrás apartado del camino para devolver el aliento y la fortaleza a los que el dolor o las heridas de la vida les han robado su fe y su libertad.
Nunca es tarde para cambiar el rumbo de la vida. Y hoy es un buen día para que lo intentes. Te gustarás más a ti mismo cuando, abandonando las culpabilidades enfermizas, te pongas en pie con dignidad y te encamines de vuelta a la casa de nuestro Padre. Te está esperando. No lo pienses más. Déjate ganar por su gracia. Ora. Silencia. Y levántate como servidor del Evangelio.
Antonio García Rubio.
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