DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO
Nos miramos en exceso a nosotros mismos, nos agarramos a nuestra identidad, nos afectamos con nuestras manías, prejuicios, comodidades y odios, y dejamos en el olvido o en la marginalidad lo que es esencial y primordial en nuestro corazón. Miramos al maniquí externo en el que nos hemos convertido; este que cuesta tanto dinero vestir a la última moda o tocar y retocar sus arrugas a base de cremas y caras intervenciones. Nos refugiamos en identidades falsas y acomodaticias, y nos olvidamos de quienes somos en verdad. Muchos dirán, sin que les falte razón: ¿Qué podemos esperar de un hombre sin trabajo ni perspectivas de tenerlo, y que sólo encuentra como horizonte vital hacer alguna chapuza y pasar el día bebiendo mal vino en las tabernas? ¿Qué le importa a ese hombre quién es y cuál es su identidad, si a lo más a lo que aspira cada día, en medio de tantas heridas, es a olvidarse de sí mismo y de sus desgracias?
Pero, nosotros, que somos también ese hombre, no ignoramos que es un hijo de Dios, un hijo amado, al que el Padre sigue hablando en Jesús, y al que espera ver levantado y renacido. Y lo que le pasa a ese hombre, le sucede de otra manera al chico listo que, recién terminada su carrera con corbata, se ve explotado por una multinacional con horarios de trabajo insufribles, con sueldos de supervivencia y sin tiempo ni energías para poder vivir una vida humana y familiar medianamente digna. Uno y otro quizá no lo sepan, pero ambos están llamados a la vida decente y soñada por Dios para ellos. Por eso dice Pablo en 1 Corintios 15: "Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, se cumplirá la palabra que está escrita: 'La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?'."
Hay muchas maneras de que se nos obligue a andar como muertos o arrastrados y matados. Los ejemplos puestos, o los que se intuye cuando miramos con profundidad los rostros que nos acompañan en el Metro o en las plazas, nos hacen adivinar muchas señales de muerte o de odio, que es una manera de morir. Y, sin embargo, reconocemos con fe que Jesús ha muerto para que el hombre viva y aprenda a amar. No quiere la muerte ni la opresión de los hermanos, de los hijos amados de su y nuestro Padre.
La humanidad entera está llamada a desarrollar y a dar todos los frutos, los dones, los sueños y las facultades que guarda secretamente en sus entrañas, y que los poderes e instituciones castrantes y represoras de este mundo impiden desarrollar. Salmo 91: "En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, mi Roca, en quien no existe la maldad." Necesitamos a cada persona. La necesitamos dando de sí lo bueno que tiene para construir el mundo nuevo en el que florezca la paz y la justicia.
Ninguno necesita elogios narcisistas que le cultiven vanaglorias adulteradas. Eso rompe el equilibrio natural. Ni hay necesidad de adular a nadie estérilmente, pues sólo servirá para enaltecer su ego, separarle y enfrentarle con los demás. Eclesiástico 27: "No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona." Acabemos con lo que fomenta recelos y envidias. Que cada uno sea lo que está llamado a ser para bien de la humanidad y la gloria de Dios. Ese es el fin de cada vida humana. Y para eso ha venido Jesús, para ofrecernos una identidad nueva, como Cuerpo, como comunidad de hermanos. Y ese camino hemos de aprenderlo, abandonando el individualismo, y haciendo crecer el Reino de Dios, en el que todos somos Todo.
Cuida tus palabras. El mundo, tras la Creación de Dios, lo recrean las palabras del hombre. Las palabras generan comunicación y crecimiento en la historia. Pero son armas de doble filo. Lucas 6: "El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca". Cuida, pues, tu corazón mediante la oración y las buenas obras, si en verdad quieres colaborar con Dios en la edificación de su Reino. Pues, "no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto." La verdadera identidad del hombre, la que ha de cuidar, es la bondad de su alma, pues es la bondad la que da vida nueva, y la que ayuda a crear amistad, fraternidad y comunidad.
Tenemos tanto por cambiar; tanta falsa identidad por deshacer; tanto bueno por recrear; tantas vidas por sanar y recuperar; que no podemos malgastar ni energías ni palabras que desprecien a los diferentes; ni perdernos en juicios sin alma. "¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Hermano, déjame que te saque la mota del ojo', sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano." Aprovecha la Palabra de hoy para reiniciarte en el camino de una vida santa. El santo Evangelio te guiará. Y te preparara para el inicio de la Cuaresma.
Antonio García Rubio.
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