En este tiempo y en esta cultura, también en la mente y el corazón de bastantes hijos de la Iglesia, volvemos a vivir en una especie de nube de un ‘no-saber’. Humildemente creo, que, si aprovecháramos bien este ‘no-saber’, podríamos avanzar por una nueva vía del conocimiento. Hemos pasado demasiado tiempo instalados en un modo de vivir la certeza de la fe, que deja mucho que desear sobre la verdad sana y saludable que se pretende transmitir. Una verdad que, en esta cultura, no puede ser impositiva, sino fruto diario de una búsqueda humilde a lo largo de los días de la vida, y bien condimentada con la historia viva nuestra de fe cristiana.
No sólo Abrán experimentó la llamada, también le puede suceder lo mismo a todo hombre y a toda mujer que son llamados como él, que es un icono, el padre de la fe de las tres grandes religiones monoteístas; Dios llama a la humanidad por la voz de un misterioso susurro que percibimos en el envoltorio o dentro de nube, en la noche profunda y rodeados de estrellas. Génesis 15: "En aquellos días, Dios sacó afuera a Abrán y le dijo: Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Y añadió: Así será tu descendencia. Abrán creyó al Señor."
No hay ser humano que no reciba a lo largo de sus días, aunque sólo lo perciba en la noche oscura o en la víspera de su muerte, una palabra aparentemente inaudible, que le pone en actitud de escucha; un sonido imperceptible que le atrae y atrapa; una silueta inapreciable que le apasiona y embelesa. Salmo 26: "Oigo en mi corazón: 'Buscad mi rostro.' Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro." Si se te acerca más, que está muy cerca, intenta acogerlo. Ábrele las manos, el regazo y el corazón. Si lo haces, si te interrogas, si te desprendes de lo que no es o es ilusorio, si te dejas enamorar por la humildad de lo sublime, por la belleza de lo que muestra una certeza inconfundible, te sentirás en la senda de la paz y del bien; acogido, amado y reconciliado.
Pues es entonces cuando, Filipenses 3: "El transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo." Ahí está la llave. La clave. La respuesta. La llamada inequívoca de la verdad, de la belleza, del amor, y su bondad. Ahí está Él. En la aparente oscuridad de la nube del ‘no saber’, del ‘no-tener’, ‘no-poseer’, del ‘no-poder’, ‘no-manipular’. Es un balbuceo. 'Un no sé qué que queda balbuciendo'. Y ahí, uno, ante el Rostro, descolocado del todo, se para, se aquieta, se empequeñece, se torna humilde, humus, sublime sencillez de corazón, bienaventurado, pobre, nada y todo. Perdido en medio del caos. Y encontrado para siempre. Lucas 9: "Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.”
El Hijo, el Amado. ¿Quién es, Pedro? ¿Quién es? Les mandó que callaran. Aún tendrían mucho que esperar los discípulos para ver la verdad. Como nos pasa a nosotros, como les pasa a nuestros compañeros de peregrinación por esta tierra y este tiempo. Hay muchas veces que tendríamos que callar. Muchas veces estaríamos mejor calladitos. Qué fácil hablamos de lo de Dios y de lo del Transfigurado. Sin saber. Sin haber entrado siquiera en la nube del ‘no-saber’. Y cuánto respeto se merece este Dios callado en el que decimos creer.
Estamos en Cuaresma. Y es lógico que pidamos ver. Es lógico que nos sintamos cerca, amorosamente cerca, de tantos sufrientes sin luz, de tantos como dudan sobre Dios y que no entienden nuestro lenguaje de fe, de tantos como niegan su ser y no entienden nuestras fantasías religiosas. Necesitamos guardar silencio con ellos. Necesitamos conversión del corazón y búsqueda sincera. Necesitamos entrar en la nube del ‘no saber ni tener ni poder’. Despojarnos de todo rango como Él. Desnudarnos de vanidades y vanaglorias. Y sentir que algo nuevo se forja en nuestro corazón creyente. Tiempo de conversión. Sé sincero, éticamente sincero, limpiamente sincero, intelectualmente sincero, afectivamente sincero, humildemente sincero. Conviértete en hijo amado en el Amado. Y transparente, como Él.
- Aprovecha tu estancia en la nube. Y purifica las intenciones de tu ego, dejando que se evaporen en ella.
- Haz una Cuaresma de silencio mental. Calla las palabras. Escucha y contempla la Palabra.
- En la montaña, permanece anclado en la visión cuanto puedas. Y ahí ábrete a la Adoración, como el publicano. Y busca su Rostro con armonía y en comunión con el Espíritu Santo.
- Y convierte la vida en una torrentera que se deja caer en un lago de altura. E invita a otros hermanos, especialmente a los que no son ni se sienten nada. Ellos comprenderán.
Antonio García Rubio.
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