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viernes, 17 de mayo de 2019

V DOMINGO DE PASCUA

V DOMINGO DE PASCUA
Hechos 14: "En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios." La Iglesia nace del costado abierto del Salvador y de Pentecostés. Es una Iglesia viva y universal que se orienta como tal a todos los seres humanos. Una Iglesia que sufre y migra durante siglos; que se expande por todos los pueblos conocidos con mucho dolor y martirio; pero a la que el pueblo visitado fue acogiendo y amando.
En su naturaleza y su ADN espiritual está vivo el deber misionero, ético y evangélico de abrirse de par en par, como una madre, ante sus hijos errantes, y de acoger a cuantos llegan a sus comunidades y familias. Cada persona que aparece en su horizonte, es considerado como un hijo amado y llamado a la salvación; y como una posibilidad abierta a la acción de la gracia de Dios en este mundo, donde reina lo oscuro, interesado, confuso y violento del poder. Cada nuevo hermano que aparece en la Iglesia es una bella oportunidad para que su crecimiento y para la plenitud de su ser, y es también una maravillosa oportunidad para que todos se reconozcan y se gocen en ella como hijos del mismo Padre Dios. En esta Iglesia abierta y dispuesta a acoger, se experimenta el gozo más atractivo y secreto de la humanidad: llegar a ser un pueblo de hermanos. La muchedumbre incontable del Apocalipsis del pasado domingo.
En algunos círculos cristianos, lejos de acoger, se agobian ante la mera posibilidad de abrirse o escuchar a los diferentes, situándose con un espíritu cercano a la demagogia ideológica. El bautizado, que lleva marcado en su ser el nombre de CRISTO, se sabe un hombre de alma grande, miembro de un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes, de un reino universal, y partícipe de un modo de vida gozosamente acogedor de cualquier realidad humana, pues sabe por la fe y la Palabra que todos somos de Dios, y que todo lo suyo también es nuestro. Por lo que cantamos con el Salmo 144: "Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado." Ningún discípulo del Resucitado se contenta con tener un alma pequeña o raquítica. Por el bautismo, hemos sido constituidos ‘almas grandes’. Hombres y mujeres que cuidan el alma, y a través de ella, en quien habita la vida eterna, Cristo Jesús, se hacen eternos.
Con Jesús, en cada hora de nuestra vida se inicia lo nuevo, y acaba siendo una apasionante y novedosa aventura. "El que estaba sentado en el trono dijo 'Ahora hago el universo nuevo." Tu vida, hermano, cambia radicalmente si eres permeable a esta verdad esencial de la fe: “Todo lo hago nuevo.” Tu vida, con Cristo, se convierte en novedad, que no ‘esnobismo’. Tus ojos despiertan y miran de otro modo. Y con ellos despiertos, disciernes y vives con alegría desbordante y buen humor. Es la alegría y el don de los humildes, y de quienes aceptan su fragilidad y la de los suyos. Apocalipsis 21: "Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado." Hay muchas lágrimas antes y después de la fe. Pero los hombres de Dios en un momento dado, eterno, comprenden que un mundo ha pasado y que ese mundo ya no volverá.
Afiánzate en el amor que sufre y se entrega para que comprendas el Evangelio en su totalidad. Juan 13: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros." El amor, cuando crees en él y te comprometes con él, se expande. Ni sabe de límites ni de fronteras. Ni siquiera la muerte, ese aparente límite inexpugnable, podrá ya apagar el fuego ardiente del amor. Y eso lo vives ya aquí, en esta bendita tierra, que algunos se empeñan en maldecir con sus codicias voraces y su insoportable deseo de ser únicos, de ser diosecillos mega-poderosos. Cada vez que alguien se cierra sobre sí mismo y sus intereses, está escupiendo y maldiciendo a la humanidad, a sí mismo y a Dios. Cada vez que tú te entregas a malos y opresores pensamientos, haciendo recaer cualquier tipo de culpa o de maldad sobre otras personas diferentes de ti, estás maldiciendo y echando veneno sobre las heridas de la humanidad e imposibilitando su sanación.
1.- Cuando sientas malos rollos dentro de tu corazón por un hermano diferente, abrázalo hasta que tu cuerpo y tu alma acepten que es tu hermano, un hijo de Dios. Y no dudes en hacerlo.
2.- Cuando no sepas qué hacer con una persona diferente, acompáñala durante un tiempo prolongado, habla con ella, e intenta conocerla. Amarás a fondo a quienes conozcas.
3.- La gente de buena voluntad sabrá que eres de Dios, si les muestras la cara del amor que Jesús te revela como su único mandato. Y quien te vea, descubrirá que eres su discípulo.
4.- Enjuga las lágrimas de los ojos que aman y de esos otros, muchos, que se saben sufrientes, abandonados, despreciados, minusvalorados, y están atrapados en la noche, y sin salidas.
Así, la alegría del Evangelio nunca te abandonará.
Antonio García Rubio.

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