Hoy nos acercamos al Misterio de la Santísima Trinidad. Pero, hablemos del hombre. Preguntemos por él. Es el hombre el que se asombra o se planta ante el misterio de Dios y el de la vida. El salmo 8 nos plantea la pregunta hecha a Dios desde la humilde oración del creyente: "¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?" Lo que más inquieta a los poco sensibles ante la trascendencia, cuando se refieren a las cosas de la religión, es el poder y el uso que hacen de él los hombres religiosos. Aquí se provoca la espantada de siglos, la confusión y lejanía a la fe en Dios. El poder humano con trazas de absoluto aviva la desconfianza y, en ocasiones, unido a otras causas, lleva a un desgarrador desapego de Dios. ¿Quién es el hombre para darle poder y confiar en él? ¿Qué poder le ofreces? ¿Quién eres tú, oh Dios, para que el hombre te confíe su vida?
Brotan preguntas sin fácil respuesta. ¿Por qué en la actualidad hombres y mujeres, y tantos jóvenes, pierden sensibilidad y gusto por la sabiduría del Evangelio, o se alejan del amor y la luz que nacen en Dios, y nos conducen a Él? Proverbios 8: "Cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia." Hoy, una parte importante de la humanidad emancipada se escurre y se aleja de los poderes religiosos, de su sabiduría tradicional, y de su saber esencial sobre Dios y sobre el hombre. Y, al hacerlo, se alejan también del mismo Dios.
Los hombres que rigen la vida de las comunidades cristianas han de plantearse la verdad del poder conferido por Dios y el uso que hacen de él. El denostado clericalismo, la burocratización de la Iglesia y la delimitada bondad de no pocos clérigos con relación al pueblo humilde, han de darse la vuelta y desaparecer. La hondura, humildad y sabiduría de Dios pueden hacer de nuestra fragilidad, si esta es asumida con responsabilidad y valentía, el cimiento encarnado de nuestro renacer como Iglesia, pueblo de Dios, y como comunidades fraternas, corresponsables, misericordiosas y sinodales. Romanos 5: " Más aún, hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia, la constancia, virtud probada, la virtud, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado."
Es Dios mismo el que hace la obra e inicia el proceso de la conversión. Su Espíritu es el único que está capacitado para derramar cada día el tierno, verdadero, sabio, bello y bondadoso amor de Dios en la intimidad y autenticidad de nuestro ser y nuestras comunidades. Juan 16: "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir."
En el domingo de la Trinidad:
1.- Ponte de rodillas ante la presencia del Misterio de Dios. Déjate perder ante Él por un tiempo y en una cierta quietud. Esa oración te purificará y te abrirá de modo sereno las vías de tu alma hacia Dios y despejará las de tu comunidad. Necesitas una viva conciencia de ser hijo de Dios. Prolonga un día y otro tu estar y tu relación con Él, aunque sólo sea aprovechando instantes de soledad y haciendo, en la costra de tu corazón endurecido, pequeñas perforaciones, como decía Madeleine Delbrêl. Y ahí ora y adora. Calla, enmudece y contempla. Déjate sorprender por el amor trinitario que te inundará. Sé paciente. No tengas prisa. Respira con naturalidad, hondura y conciencia. Y deja que pasen y se olviden de ti los pensamientos tontorrones y cansinos. Deja que sea Él quien sane tus múltiples heridas; brotarán y sanarán sabiéndose reconciliadas. Y siéntete único ante Él, amado, hijo, heredero, respetado y parte de su maravilloso pueblo.
2.- Experimenta la ternura suave e infinita de la Trinidad santa. Déjate perder en el centro mismo de la miseria humana; allí donde ella quiere habitar. No te escandalices de tanto amor. El Dios trinitario es interrelación, ensamble y comunión. Sólo se te hace visible en el empeño por desarrollar su propio ser en ti mismo. Y te hará ser un canto rodado, que se redondea y suaviza tras limarse y pulirse. Sólo así adquiere su perfección y pierde sus aristas hirientes.
3.- El hombre que ama a imagen de la Trinidad es el que se implica y encarna, como el Hijo. Bájate de tu carro, pisa el barro y agótate con los ruidos y defectos extremos de la vida, hasta que llegues a comprender y amar a Dios en verdad, en pobreza y sin planteamientos exquisitos. Hazte uno con los pobres, apóyate y relaciónate con los descartados, embárrate con los miserables, y levántate con ellos, ríe y juega con los niños de la calle o tómate unas cañas con los jóvenes sin trabajo, todo eso, y mucho más que irás aprendiendo, te facilitará una creciente conversión y una cercana comprensión del Misterio Trinitario que se esconde en las bajuras, las apreturas, las deficiencias, las enfermedades y en los pecadores decepcionados.
Antonio García Rubio.
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