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viernes, 5 de julio de 2019

XIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO


¿Qué pasa para que muchos estén tan abatidos y violentados? ¿Por qué el desierto les gana la partida y les arrastra hacia su sequedad? ¿Qué le pasa a ese hombre por dentro para encontrarse tan desolado o abrasado? Hay gente que no siente en su piel lo que hoy nos dice el profeta Isaías 66: "Haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida. Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo. Al verlo se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado." Algunos nos contamos entre la gente optimista, que siente la alegría, y ofrece desde la gracia, aunque llore en el alma, una visión maravillosa de la historia que vivimos y de la vida en el planeta. Y es estupendo que así sea. Porque el efecto que produce la gracia en la vida es increíble y difícilmente narrable.  Somos como niños desolados que son consolados por el amor de la madre; personas rotas y heridas que experimentan la alegría y notan que sus huesos florecen como un prado.
Existe un abismo que parece insalvable. Cuando uno se encuentra perdido, puede reencontrarse con la presencia y con la gracia, si, como un hijo pródigo invoca al Señor, le presta la atención debida cada mañana, y lo escucha en un ‘sí es no es’, en un ‘abrir y cerrar de ojos’, o en un despertar de su ceguera y su dolor. Dios escucha, no rechaza nunca, y nos devuelve el ser y, con él, el amparo del amor, la luz y la compasión. Salmo 65: "Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor."
Los creyentes hablamos con mucha pasión de lo que la Palabra y la experiencia nos dicen sobre la acción de Dios. Pero eso, no puede suponer entrar en un estado absurdo de privilegio, de prepotencia o de superioridad. Sólo los pobres y las prostitutas, que sepamos, nos van a preceder y van ir los primeros en el camino del Reino. Cuando el hombre de Dios comunica la experiencia del amor de Dios, lo hace desde su experiencia de pecado y desde su radical pobreza. Por eso es tan importante volver un día y otro a Gálatas 6: "Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues lo que cuenta es criatura nueva." Es la cruz, la propia y la que cargamos en nosotros de la pobreza y el pecado de nuestros hermanos, el punto de equilibrio de todo bautizado y de toda comunidad cristiana. Dios nos libre de gloriamos de nada. Cada uno de nosotros a lo más que llegamos, es a ser unos pobres crucificados con Cristo, pero con la alegría y la gratitud de los que experimentan su luz, su gracia y su salvación.
Pero, demos un paso más, sin dejar que la duda se albergue en nuestro interior. El cristianismo está llamado a conjugar los dos polos que propician armonía en las cuestiones humanas y divinas: la acción y la contemplación. Son los dos polos que se atraen en medio de graves contradicciones: lo mucho y lo poco, los lobos y los corderos, los que lo ponen todo y los que se guardan lo suyo y lo ajeno... Y ahí, en ese nudo, estamos llamados a vivir nuestro trabajo y nuestra oración. Hoy nos unimos a la Iglesia y a la humanidad, rezamos y nos ofrecemos a trabajar en la mies, que según Lucas 10 "es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.”
Ponte tú, obedeciendo a Cristo Jesús, a orar. Hazlo sin talega ni alforja. Escuchando y haciendo silencio de tu vida. Busca hermanos con los que abrir vías espirituales, para hacer sentadas, para caminar hablando, comunicando, escuchando. Hazlo todo con naturalidad, serenidad y pasión. Ora como quien confía con toda el alma que su oración va a ser escuchada.
Y ponte también a trabajar. Ofrécete a la Iglesia peregrina, a los pequeños y a los que necesitan pies, corazón y manos, a los diferentes y los que complementan la grandiosa diversidad de los hijos de Dios, a los buscadores y a los jóvenes que han perdido o no han encontrado la fe, a los enfermos y a los que han perdido la esperanza, a los que sueñan con la vida digna de un hombre, de un hijo de Dios y a los que están atrapados en pozos oscuros o malolientes por el peso de la opresión. Y trabaja con fe, ilusión y convicción. No te abandones ni en la amargura ni en la desidia ni en tu ‘confortable vida’. Convierte tu trabajo en una escuela de acogida sincera, de justicia necesaria, de fraternidad esperada y de misericordia donada.
Tu comunidad, Dios y tú sois también, junto a tantos, un gran regalo para la humanidad.
Antonio García Rubio.

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