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viernes, 18 de octubre de 2019

XIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO


Vives en un mundo tan extraordinario y apasionante, tan excitante, manipulador y abrasador, tan increíble con relación a las generaciones anteriores... De repente  han cambiado tanto y tan artificialmente las creencias, los pensamientos, los hábitos y las costumbres... Se ha arramplado con todo aquello que fundamentaba nuestra vida cotidiana, económica, familiar, social, cultural y religiosa; y se ha hecho con la fuerza de un huracán o un tsunami. Hasta preguntarnos: ¿Qué queda tras la tempestad y la erupción adolescente del gran volcán de la tecnología y los nuevos usos y abusos del poder?

Las ‘vírgenes sensatas’, que guardaron el aceite hasta la venida del esposo, nos traen a la memoria la fidelidad, que es lo que nos mantiene en medio de las pruebas. También hoy hay muchas personas que se mantienen fieles. Han perseverado con cierta calma, no exentas de pecados, en la travesía por este grandísimo y persistente terremoto que amenaza la vida y la pervivencia del Planeta y de cada uno de nosotros. Mantén la fidelidad, le oigo decir a mi corazón. Y esa es la aportación de Éxodo 17: "Como le pesaban las manos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo para que se sentase, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado." No te creas un héroe, ni te creas único. No dejes que te atrape la publicidad engañosa, que se cuela por debajo de la piel y se convierte en una costra bronca y borrosa por dentro. Esa costra es la que nos aísla del mundo, nos atonta y nos hace creer que somos únicos. Produce el mismo efecto que la heroína y otras drogas a sus víctimas mortales. Tú, por el contrario, descúbrete, con serenidad y paciencia, rodeado de hermanos con los que, alejado del individualismo destructor, puedes emprender aventuras dignas de los hijos de Dios, de los seres humanos. Mira a Moisés, ayudado por su comunidad, dejándose sujetar los brazos por ellos, formando con ellos y entre todos un equipo de oración, de empeño misterioso en torno a una misión que cumplir. Entre todos, con todos, para todos, con la fuerza de Dios, que se nos manifiesta en la oración y en la Comunión de la Iglesia.

No abandones nunca a tu pueblo. No emprendas acciones o caminos que, por un sueño entontecido de identidad individualista y paranoica, te arrastren en medio del tsunami que arrasa con las vidas, las engaña, destruye y abandona a una suerte sombría. Confía, por el contrario, al lado de tu pueblo. Junto a él, y bien trenzado con él, adquiere la certeza de los que han permanecido fieles. Y reza con ellos el Salmo 120: "El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche." Estás protegido con un escudo protector de amor. Nada ni nadie te hará daño si te mantienes fiel, unido y libre. Es Él el que te cuida y guarda. Y lo hace con todos, como Pastor que cuida a su rebaño. Confía, ora y sirve junto a tus hermanos. El Padre te cuida con ellos, junto a ellos. Él cuida de todos.

La tarea esencial para este pueblo, la que le salva, con ocasión o sin ella, es mantenerse fiel y firme en el humilde desempeño de su misión. Se trata de que todos nos mantengamos activos, alegres y vivos en la tarea. No merodear. No estar ocioso con el móvil o la Tablet en la mano. No eduques a tus hijos en esos hábitos negativos y embaucadores.  Mantén el ‘tú a tú’ con tus hermanos en una comunidad. No vayas solo. La soledad es mala compañía en tiempos de desolación colectiva. 2 Timoteo 3: "Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda comprensión y pedagogía." Utiliza todas tus capacidades para crear relación, diálogo, encuentro, fiesta, amistad, fraternidad, sinceridad de corazones, trasparencia, exhortación, comunicación, palabras de vida... No te encierres en tu propia carne o en esa luz infernal, de formas y colores, de tu teléfono o tu  tableta. Insiste amorosamente a tus hermanos en ese mismo fin común. Crea cuerpo. Crea pueblo. Todos juntos y humildes, unos con otros, vamos bien. Camina con paz y con todos.

Lucas 18: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿O les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Aquí está nuestro gran reto:

1.- Ofrece tu vida, para que la vida del pueblo, que eres y somos, siga iluminando al mundo desde la más pura unidad, sencillez y coherencia. Esa es la justicia de Dios.

2.- Pon en juego todo el poder que has recibido de Dios, que es para el bien, y es trasparente, libre, generoso y sin engaño; y cuyo objetivo es colaborar con el Espíritu Santo en la realización del Reino de Dios entre nosotros. Él va a hacer justicia sin tardar. No lo dudes. 

3.- De ti depende que el Señor aquí y ahora, en el eterno ahora de su vuelta, encuentre fe en la tierra. Esa es tu tarea y misión. La de la fe fiel de la Iglesia orante y comprometida con su pueblo.

4.- Has sido constituido en Pueblo justo, bañado por la Sangre del Cordero. Activa el don que se te dio en el Bautismo. Sujeta y mantén en alto las manos orantes y fieles de tus hermanos. Y déjate ayudar, y a mantenerte orante gracias a sus manos. Edificad el edificio de la paz, entre tantas rupturas, heridas y violencias.

Antonio García Rubio.

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