Leti va musitando palabras. Lo hace de madrugada, mientras camina ausente, desvelando a cuántos se la cruzan, sospechas de graves lagunas en su mente. Leti habla fuerte, casi grita. Y parece gritar a nuestros espíritus y corazones, a nuestras mentes estresadas. No puede con el peso que le puso encima la vida. No puede más. Es la viva expresión del sufrimiento de millones de personas y familias situadas en los márgenes de la existencia, los excluidos de la vida social. Mirando a los que me acompañan en el Metro, no veo que andemos mucho mejor que ella. Y en estos pensamientos, recalo en Eclesiástico 35: "Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende." ¿Estás, Señor? ¿Estás por ahí? ¿Vas en el Metro? ¿Tienes escucha para tantos gritos como arden en mi corazón y en el de los hermanos que me comparten el vagón? ¿Qué esconden? ¿De dónde provienen esas lágrimas secas que veo discurrir por nuestros rostros? ¿Dónde está la causa del dolor, la dureza o el cansancio que transpiran? ¿Dónde nace de la indiferencia y violencia que proyectan nuestros ojos? ¡Andamos oprimidos con tanta violencia!
Desconozco, Señor, si mis compañeros conocen que Tú andas por aquí, y que sin jugar al escondite, esperas un detalle de mínima atención, quizá un gesto de confianza o una sencilla petición. Paso a la oración del Salmo 33. Y me gustaría musitar alto, como Leti, y no como los predicadores, lo que el salmo grita al corazón con certeza: "Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos." Bellas palabras transidas de certeza compasiva. Atisbo entre nubarrones la confusión. Vamos como ausentes, cansados y algo depresivos; buscando escapar de la opresión de la cotidianidad del trabajo, las rupturas, la indiferencia o faltas de criterio o afecto, la temible soledad; buscando escapes que nos acaban hundiendo; y nos esclavizan con cadenas de hierro mohoso de las que ya, solos, no sabemos escapar. Son las mil drogas en oferta, que nos destrozan y saquean, con las que unos pocos se forran y la mayoría se atrofia. ¡Si supiéramos abrir una espita de esperanza en nuestra mente, y por ahí encontrarnos contigo, Señor! ¡Si entre la gente que viaja en el Metro, desveláramos el ángel o la mano amiga que nos acompaña!
En este instante se alza una voz que pide algo para comer y alimentar a sus hijos; y un joven irrumpe también tocando en su flauta 'el Cóndor pasa'. La suavidad del vuelo de la música se une al lamento del que con vehemencia pide de comer. La belleza y el drama cotidianos. La 2 Timoteo 4 es el bálsamo precioso de la fe. Te ayuda a perforar las dificultades que pretenden adueñarse de tu mente: "El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal." Arriesga. Salir de ti. Proclama la Palabra a tiempo y a destiempo. La llamada a proclamar el santo Evangelio es fascinante. Incita al alma dormida a avivarse, despegar, levantarse y salir al encuentro de los hermanos. Todos necesitamos escuchar palabras de fe y ver testimonios humildes de los que arriesgan su vida por amor. Al que lo intenta, se le cubren las espaldas, se le libra de las fauces del león y del mal. ¿Crees que no puedes? Él puede en ti. Confía. Desparrámate entre tus conciudadanos. Como Cristo. Exhala su aliento de fraternidad, y expande el buen olor del amor del Crucificado. Sé humilde e intrépido. Acércate al palpita de frío o angustia.
"El publicano se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.'" El final de Lucas 18 te deja el corazón y la mente al descubierto. Reza con la oración del publicano: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." No te canses de repetirlo. Conviértelo en un mantra o jaculatoria constante, día y noche, en el Metro o el paseo, en el trabajo o la compra... Pide la compasión.
"El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido." Esclarecedoras palabras del Señor. Una flecha directa al corazón, que hiere el alma con una verdad revolucionaria que cambiará la faz de la tierra. Caeremos del caballo del enaltecimiento personal, o del de los intereses, grupos, familias, religiones, naciones... Y comprenderemos quiénes somos y para qué vivimos, cuál es la meta de esta tierra, esta historia, y la de Cristo. Cuando comprendamos, llegará la paz. Ten paciencia hasta el último día y desdramatiza el presente y las llamadas verdades que son humo. Cristo enseña la verdad en la Cruz y el camino para conseguirla como Él: la humildad.
Antonio García Rubio.
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