Nos miramos en exceso a nosotros mismos. Damos muchas vueltas a nuestras heridas e inseguridades. Nos centramos obsesivamente en parcelas, chiringuitos, grupos, ideologías, particularismos o sectarismos. Y acabamos cansándonos, siendo unos cansinos aburridos y miopes, y cansando y enervando a los que nos rodean. Cansando incluso a Dios. Isaías 7: "¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios?" Pero la Palabra de Dios, fiel y tenaz, se encarga de romper los esquemas de los cansinos, de esos que viven para sí mismos, de los que se estrellan cada día contra el muro de su egoísmo y sus ambiciones, o el muro de sus protegidos, clanes, tribus, asociaciones o congregaciones. Son mayoría los que se cierran torpemente, y han perdido el hermosísimo horizonte que Dios plantea a su pueblo: su Reino.
Y Dios decide romper los esquemas de los poderosos, ideólogos, sabios y entendidos, manipuladores y religiosos hipócritas, y lo hace mediante una señal: una joven virgen. Jesús viene y se encarna en ella para el Reino. Nace para el Reino y lo predica. Se presenta inaugurando el Reino de Dios. Y acaba entregando la vida por él. Nos resultan increíbles los planes de Dios y de su Reino: "Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros."
Dios con nosotros, Dios entre nosotros, Dios para nosotros. Parecía imposible escalar el cielo. Lo intentó y escaló Jacob; incluso Moisés lo buscó en el Sinaí. Pero el Salmo 23 se pregunta: "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?" El camino, sin embargo, se allana, las sendas tortuosas se distienden, los montes se abajan, las escalas se hacen innecesarias. Dios ha decidido entrar en escena. Y Dios mismo se ha abajado. Se ha hecho carne de nuestra carne. Se ha hecho un pobre más, uno más entre los hombres. Se ha convertido en el último de la fila. Se ha hecho un siervo, un humilde servidor. Se ha identificado con los que no cuentan, los que no valen, los descartados, despreciados, abandonados, maltratados, asesinados. Y nos ha mostrado que el camino para hacerlo no está en palacios, ni en grandezas, ni en espectacularidades, ni en medios atronadores. Dios, eso sí, ha buscado y preparado con esmero a la persona idónea, la mediadora. "El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos." Y la ha encontrado en una virgen joven, nazarena, perdida en un dudoso rincón del pueblo de Israel, carente de protagonismo. En una simple mujercita, una humilde mocita, y ahí, en ella, en la humildad de la esclava, está la señal. Dios es increíble. ¿Qué alma sencilla o sufriente no podrá entender este designio, este mensaje de amor entrañable, esta señal del cielo, de Dios?
Ella es la que trae en sí, en su seno, la Buena Noticia. Es la mensajera. Ella es la puerta de entrada. Es la que nos ofrece el Pan y la Palabra, alimentos necesarios para empezar una nueva vida, para llegar a ser niños, muchachos y muchachas pequeños, como ella, capaces de comprender el Misterio, de vivirlo como ella, desde las entrañas y el corazón y, así, ser o acabar siendo portadores de Cristo Jesús para el mundo. Id y llevad la Buena Noticia. Id repletos de un don y de un amor increíble, concreto, sanador, dador de nueva vida. Pablo lo dice mucho mejor. Romanos 1: "Jesucristo, nuestro Señor. Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre."
Como José, no tengas tú tampoco reparo en aceptar a María. No tengas miedo a Dios. ¿Qué Dios podría tener un modo más precioso, cálido, amoroso y fiable de hacerse presente y de hacer asequible su amor y su salvación a todos y cada uno de sus hijos, que este Dios, que se manifiesta en Santa María, en la dulce y fiel muchachita de Nazaret? Mateo 1: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados." Quédate absorto, encogido de felicidad, en la percepción y contemplación de tanta paz, luz, y serenidad. Como hizo ella, como hizo al fin el bueno de José. Igual que ellos también tú también has sido elegido para dar a luz en este mundo al don de Dios, a Cristo Jesús. Ruborízate como María. Sueña como José. Y acepta gozoso la Buena Noticia, como lo ha hecho la gran Tradición cristiana a lo largo de los siglos.
Estás terminando el ejercicio incomparable del Adviento. El camino que recorres en su tramo final de la mano de María, con el fin de dar un cauce en tu historia al amor y la sanación que vienen de Dios en Cristo Jesús, está siendo bello y contundente para un corazón confiado como el tuyo:
- Como la anciana, que está sentada frente a mí en el Metro, cierra tú también tus ojos y sueña como José. Y recibe el santo mensaje que esconde para ti y para tu generación la Buena Noticia de Jesús. ¡Sitúate en el ambiente del Reino de 'Dios con nosotros'! ¡Vívelo! Santa Navidad.
Antonio García Rubio.
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