Las cañadas oscuras son difíciles de transitar. En medio de los hirientes sufrimientos comunes que nos toca vivir en este tiempo de cuarentena, las personas mostramos una mayor cordialidad, y dejamos que la bondad y la solidaridad nos florezcan de modo claro y espontáneo. Cuando vivíamos para nuestros intereses, nos odiábamos o condenábamos, mirando sólo las apariencias. Cuando el sufrimiento y la amenaza común nos invaden, damos cauce al amor, disculpamos las apariencias e incluso despertamos a los más hondos sentimientos de ternura. Así comenzamos, recluidos y sufrientes, este cuarto domingo de Cuaresma-cuarentena. El coronavirus nos está destrozando, y cambiando el corazón y la mentalidad. Y cambiará nuestra visión sobre nuestros semejantes.
1 Samuel 16: "No te fijes en las apariencias. Dios no ve como los hombres, el Señor ve el corazón." Es la primera bendición que aparece cuando tocamos fondo. Nos vemos despojados de seguridades, abocados a caminar en la noche y a atravesar cañadas oscuras. Cambiamos la óptica. El poder y la codicia de bienes, nos llevaron a mirar las distinguidas apariencias, aunque manteniéndonos como tétricos sepulcros blanqueados. Dios no mira como los hombres ambiciosos. Jesús nos enseña otra mirada posible. No mira las apariencias, sino lo que esconde el corazón. Jesé, tras hacer "pasar a siete hijos suyos ante Samuel", hubo de reconocer que quedaba "el pequeño, que estaba cuidando las ovejas." Y ahí estuvo la sorpresa. Dios conoce la mente y el corazón: "Úngelo, es éste. Samuel lo ungió. Invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante." Era el pequeño. Es lo pequeño, lo que no tiene visibilidad, lo que Dios ve. Por eso los amados de Dios son los pequeños. En esta fragilidad y debilidad que vivimos, experimentamos la mirada compasiva y misericordiosa de Dios. El coronavirus, con el hundimiento de nuestras seguridades, nos facilita el reencuentro con Dios.
Una certeza de la fe es que Dios mira distinto, y mira bien, aún cuando nosotros estemos mal. El corazón de Dios siente predilección por los peor situados, los heridos por el hambre, la guerra, la injusticia, el dolor o las pandemias. Cuánto más crecen los riesgos, dificultades, abandonos o pandemias, más se percibe el amor de Dios, su mirada tierna, o sus deseos de salud y justicia para la humanidad; su Espíritu lo pone a circular entre nosotros. Dios nos guía con firme amor. Y aunque todo se tuerza o se oscurezca, le veremos ir al frente y de frente. No hemos de temer, con Él vamos seguros. Salmo 22: "Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan." La vara y el cayado de Cristo son la garantía de que el ser humano está en las mejores manos. Con Él al frente de nuestra vida, aunque sea en situaciones límites como la nuestra, situados en la oscura cañada del coronavirus, el corazón se nos ensanchara y abrirá de par en par; se tornará comprensivo, constructor de paz y unidad; se alejará del juicio, la condena y las apariencias; generará fraternidad, y amor en la diversidad y en la pobreza de los abandonados y oprimidos.
Efesios 5: "En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor." Estamos experimentando una nueva llamada en la reclusión de nuestras casas cerradas; en el silencio vamos gestando una nueva primavera; en esta cuaresma-cuarentena se cuajan creyentes henchidos de luz; se desvela con mayor claridad que somos hijos de la luz; que amanece un tiempo de meditación y reflexión, de oración y contemplación; que hay urgencia por abandonar las obras de las tinieblas estériles e individualistas en las que nos habíamos acomodado; que es hora de despertar, de denunciar el mal y lo que no conduce a la vida; que es la era de la búsqueda emocionada de lo que agrada a Dios: de lo bueno, lo luminoso, lo fraterno, lo pacífico, lo auténtico, lo bello, lo verdadero, lo perfecto.
No resulta ni llana ni fácil la conversión del corazón; siendo, como es, la más sencilla de las decisiones del hombre y la más misteriosa apuesta del Espíritu de Dios. Y, por eso mismo, es tan importante aprender a cambiar nuestra mirada y nuestro juicio. En el evangelio de Juan 9, el ciego de nacimiento le dice a Jesús: "Creo, Señor. Y se postró ante él." Y, ante semejante confesión, que es la de todo creyente cristiano a lo largo de estos veinte siglos, resulta curiosa, y extraña, la respuesta de Jesús: "Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos." Razonemos que los que ven, son los que creen que ven. Y que estos creídos y tercos videntes de apariencias, acaban convertidos en ciegos contumaces y manipuladores; en guías ciegos que nos conducen al hoyo. El mal, pues, no es estar ciego. El mal es no ver, y presentar la ceguera como visión. Gran pecado es confundir la propia ceguera con la luz de Dios, y afirmar esa ceguera como si fuera la luz. "Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: ¿También nosotros estamos ciegos? Jesús les contestó: Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste."
Medita mucho en esta cuaresma-cuarentena, sobre tu posible y ciega prepotencia. Quizá ese sentimiento ridículo de superioridad sea el culpable de lo que nos está pasando. Pero, este es un tiempo privilegiado para aprender; el tiempo de un nuevo amanecer; el tiempo del reconocimiento nuestra ceguera y pecado; y el tiempo de dejar que la luz de Cristo, la luz del Crucificado y Resucitado por amor, vuelva a deslumbrar y alumbrar en nuestros corazones. Tiempo de humilde oración al Padre por tanto sufrimiento como nos mantiene encerrados y expuestos a la muerte. Líbranos, Señor, de tanta ceguera y de tanta enfermedad, muerte y destrucción. Ayúdanos para que amanezca un tiempo nuevo, saludable, sin amenazas, fraterno, solidario, lleno de fe, de humanidad y de esfuerzo común. Ayuda a tu pueblo a permanecer en su casa, y a crecer en la intimidad de su ser y de tu amor. La espera nos traerá un tiempo nuevo. Confiemos.
Antonio García Rubio.
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