Caminas entre miedos poderosos. Tienen gran apariencia en tu mente, aunque acaban no siendo nada. Pero te contraen y constriñen, te enervan, desmoralizan y pueden dejarte sumido en una sensación frustrante y frustrada de tu propia historia. Son los dragones. Te amenazan y te pueden matar, aunque no tengas constancia de su existencia real. Te acosan por el gran poder de la mente o de los medios manipuladores. Ese mismo poder que sacó a don Quijote a luchar contumazmente contra molinos de viento, convertidos, en su enferma sesera, en gigantes arrolladores que, de no vencerlos, los vencerían. Ojo con esos fantásticos y terroríficos dragones artificiales, construidos por miedos, ideologías o agresivos intereses. En muchas ocasiones, el pueblo pasa hambre y sed, y se queda sin trabajo, por influjo de dragones inventados. Se crean con el fin de paralizar y empequeñecer, hasta esclavizar, a los ya de por sí pequeños, pobres y maltratados. Ojo con los dragones. La vida humana pueden convertirla en desiertos que esquilman, dominan y despueblan. No seas un quijote de cabeza perdida.
Busca con el pueblo fuentes de agua viva en las que calmar tu sed. Cultiva alimentos nuevos, como un maná desconocido, pero lleno de fortaleza, de inteligencia y de fe. No te olvides del poder para el bien, del poder de Dios, que tiene la última palabra. ‘Cayó, cayó, la gran Babilonia, la gran ramera, el gran imperio, el gran dragón’. Lo proclama el libro de mayor esperanza del Nuevo Testamento, el que veía aniquiladas y diezmadas por el martirio a las primeras comunidades cristianas, el Apocalipsis. Y también lo recuerda hoy el Deuteronomio 8: "No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres".
La gloria de Dios es que el hombre viva (San Ireneo), y que viva con dignidad, decimos nosotros. Salmo 147: "Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha bendecido a tus hijos dentro de ti, ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina". Cuando Dios quiere bendecir a los hombres, interviene secretamente en la historia, mediante su Espíritu. Y, lo hace suscitando la inteligencia y los sentimientos necesarios en personas y comunidades concretas. A través de ellos facilita pan y paz a los hambrientos y a los necesitados de trabajo. Suscita creyentes, personas audaces, luchadores, trabajadores, servidores, místicos, apóstoles, profetas, pastores, científicos, empresarios, sabios, maestros, gentes que creen, trabajan, se comprometen y dan la vida para implantar un mundo de hermanos, el Reino de su Hijo. El milagro más importante en ti, en tu comunidad y en el mundo de hoy es el que hace posible la escucha del grito de los condenados, y la escucha de la Palabra de Jesús en la hondura del corazón. Es ahí, y de ese modo, como podrás comprender, alimentarte y hacer posible el mundo soñado.
Cristo, el Amigo, ha querido quedarse con nosotros por muchos medios y de modos plurales. Lo hace en la intimidad más íntima de cada uno, mediante la relación de amistad, de 'tú a tú', en la escucha de su Palabra, en los Sacramentos de la Iglesia y en el Cuerpo fraterno que ella misma es, en los dones, la fuerza y el calor del Espíritu Santo, en los pobres y los pequeños, en los profetas y los maestros, en los místicos, y en la belleza de la creación -"con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura"-. Pero, sobre todo y ante todo, ha querido quedarse afectiva, relacional y entrañablemente presente en la Eucaristía que hoy comemos y bebemos, que contemplamos, adoramos y festejamos. En su casa eucarística y fraterna, el Señor, nos sirve humildemente, nos lava los pies, y nos deja una presencia viva, imborrable, audaz, comprometida, constante, afectiva, evocadora, mística, expresión de unidad, fraternidad y comunión, motivo de adoración. En el pan y el vino que nos da como alimento, nos ofrece esa nueva vida, ese nuevo modo de ser que la humanidad espera, para que esto cambie de verdad. El que lo come y lo bebe, habita en Él, y vive para Él. Este es un misterio de unidad radical, de comunión fraterna total, de Cuerpo de muchos y diversos llamados a ser UNO, que adelanta el Reino y que un día se nos dará en plenitud. 1 Corintios 10: "El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan".
Juan 6: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él". Esta es la gran cuestión para ti y tu comunidad de fe:
1.- Estate y mantente dispuesto a romper con las barreras de tu cuartito estufa de refugio, y de tu corralito afectivo, ideológico y de seguridad defensiva.
2.- Anhela ser un servidor del Reino, un discípulo que sigue al Maestro, te niegas a ti mismo, te olvidas de ti, te abajas ante el pueblo, te haces uno con los últimos, te conviertes en cautivo de amor por tus hermanos, y te resistes a toda pretensión de escalar puestos en organización alguna.
3.- Mantente bien alimentado del Señor, forma parte de su Cuerpo, y cuida de estar habitado por Él, identificado con Él y con los pobres que son su auténtica y afectiva presencia. “Me diste de comer”.
4.- Aliméntate de Él y estarás habitado por Él. Así lo resistirás todo. Y lo vivirás cada día participando de los ojos siempre nuevos de Cristo, con los que mirarás a tus hermanos, le contemplarás a Él, y a la vida misma que brota de Él, y le adorarás a Él como Señor.
Antonio García Rubio.
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