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viernes, 10 de julio de 2020

XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO



Estamos en Julio. El calor aprieta. Y la dispersión nos pierde. Hoy nacen tres toques de atención provocados por la palabra de Dios, y una nimia y lúdica certeza.

Primer toque. Salmo 64: "Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales". Tú, Señor, cuidas de la tierra y le pides al hombre que haga lo propio, y la haga nadar en abundancia. Pero, nos asaltan las dificultades, se cierne sobre la humanidad el dolor. Y, así esa Amazonía, que no hace mucho pude visitar en sus entrañas vírgenes, se ve brutalmente amenazada. Nos miran atónitas las conciencias infantiles, que sin tardar serán víctimas de la manipulación mediática de los poderes. Nos abruma el caos provocado, sanitaria y naturalmente, por secretos intereses humanos, que maltratan y hieren a la naturaleza, y a los millones de pobres que la habitan en los más frágiles y desprotegidos lugares del planeta. Tanto desierto y tanta esterilidad. Pero, acerquémonos a la acequia de Dios, que tiene cauces abiertos por toda la tierra. Sé tú mismo uno de esos cauces. Llena de Agua Viva, de trigales y viñedos, de pan y vino, la tierra y los corazones de las mujeres y los hombres. Él nos cuida, cuidemos nosotros.

Segundo toque. En todo tiempo, en el nuestro y en el de san Pablo, cuando la sensibilidad humana es libre, y está sabia y seriamente desarrollada, experimentamos lo que él llama los "dolores de parto", cargados de limpia esperanza. Romanos 8: "Sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto". Seguro que todos, incluso los que nunca daremos a luz más que viento y nada, sabemos lo que son y suponen los dolores de parto. Suponen: vida nueva, amor, alumbramiento, alegría desbordante, paciencia, preparación, decisión resuelta por alcanzar la justicia, pensamientos positivos y confianza ilimitada en un futuro solidario y fraterno. Saca fuerzas de flaqueza en medio del esfuerzo razonable por vivir con decencia, de la impotencia que te provoca la pasividad, de la decepción social ante el decrecimiento; pero, también, de la "contemplación para alcanzar amor", que diría san Ignacio. Contempla, con un corazón limpio, el amor que se esconde en todo lo que tocas; y aprende a ver, en los gemidos humanos, las gozosas y dolorosas lágrimas que anuncian días nuevos, días curtidos y cuajados de esperanza. Lucha por una vida digna para los pobres. Vive y transpira esperanza, y ofrécela como un regalo a tu comunidad, tu familia, tu gente.

Tercer toque. Estemos atentos a la sufrida pandemia, y a los males económicos, culturales, sociales y religiosos que arrastra con ella. La sociedad occidental y, con ella, el resto del mundo, nos mantiene en unos niveles de percepción, de conciencia y de decisión, que rayan con el despiste, la ansiedad, la arbitrariedad y el malestar familiar, cultural y espiritual. Andamos despistados y dejándonos perder entre el ruido que agota nuestro ser y nuestra identidad. Mateo 13: "Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron". La mayoría vivimos en la marginalidad, en el borde, en la raya, en las prisas, o en la locura mal alimentándonos. Y, sin embargo, lo bello, lo noble, lo justo, lo laudable, lo bueno, lo verdadero, lo santo se lo comen las cotorras de los parques. ¡Oh, Sembrador! Salió el Sembrador a sembrar. No pierdas la alegría de sembrar cada día la buena noticia, la semilla del Evangelio. Espárcela sin miedo, con valentía renovada, con fe en su eficacia. No temas. Al mundo le falta la vitalidad de la buena semilla. Será feliz de encontrarla.

Y una nimia y lúdica certeza. Isaías 55: "Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mí voluntad y cumplirá mi encargo". Los bautizados cristianos, sin separarnos un ápice de los creyentes de otras religiones y de toda la gente de buena voluntad que puebla la tierra y que está naciendo cada día, sabemos que el acento puesto por Isaías, hoy es nuestro acento, y está aquí: "Mi palabra no volverá a mí vacía", dice el Señor. Luego, el reto que tienes es mínimo, nimio, pero supone un gran juego para ti, para todo hombre, para el creyente. "Hagan juego, señores, hermanos". Menos maquinitas y ruletas corrosivas, y más entrega resuelta y confiada, y mucha más camisetas sudadas por el Evangelio; y, por supuesto, más preparación amorosa de la tierra humana que somos, más siembra, más cuidados, más riego, más agua viva, más atención, más pico y pala, y más azada. Hagan juego de fe y esperanza. Hagan juego de vida compartida, fraterna. Estás llamado, convocado: "Ven". Presta atención, responde. Él te necesita para que el vacío y el desierto se tornen sombra y den paso a las más verdes praderas de esperanza, regadas de gestos de caridad y de justicia. Juega, participa, ora, silencia, contempla, mete la azada, siembra, construye la paz, el Reino, haz que renazca la vida de los pequeños, de los jóvenes sin salidas, de esta sociedad amordazada con mascarillas que nos individualizan y nos privan del rostro. Convierte tu vida creyente en un gran juego de amor mutuo, y cumple el encargo de embellecer la tierra y de hacerla fecunda y próspera. Se trata del juego de tu vida, y de la vida de todo hombre y mujer amenazados. La vida jugada, clavada, resucitada, y amorosamente dada. ¡Juega!

Antonio García Rubio.

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