¿Tienes la sensación de hablar de Dios en exceso, sin conciencia coherente y sin centrarte en su búsqueda? ¿Hablas de Dios porque toca? ¿Te crees su defensor? ¿Lo haces por costumbre, inercia, convicción mental o sentimentalismo? ¿Acaso porque crees que debes hacerlo, o eres de los suyos, o porque Él es el sostén de tu andamiaje mental, institucional, comunitario o económico? Oh, Señor. ¿Por qué no callas, entras en más hondura, y purificas mente, corazón o fe deficiente, antes de utilizar argumentos, sentencias, teologías o justificaciones? ¿No te sería mejor callar, entregarte, servir en silencio, entrar en alabanza? ¿No sería mejor gustar el perdón, buscar quietud, aprender escucha, esperar y madurar? Isaías 55: "Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; nuestro Dios es rico en perdón".
Esta crisis brutal golpea a los pobres, deja indefensa a la mayoría, y somete al sufrimiento y a la falta de futuro y de sentido; y tú necesitas mantener viva y audaz tu conciencia; iluminarla con la eucaristía dominical, con la comunicación corazón a corazón, y con el servicio desinteresado a enfermos y desamparados; necesitas que los caídos al borde de los caminos no acaben siendo demolidos por dependencias inducidas por poderes sin escrúpulos que lo quieren todo para sí; necesitas que la humanidad que llora en el sufrimiento indecible de los parados o de las familias arruinadas, no entren a formar parte del batallón de los inservibles. Salmo 144: "Cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente". Necesitas al Señor. Sólo Él conmoverá a esta sociedad, llamada en sus entrañas, a vivir y practicar el bien, y a crear una civilización de amor y esperanza que se extienda a todos. Invoca, pues, al Señor con sinceridad de corazón, y sin manipulaciones fingidas.
Filipenses 1: "Quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo". Son palabras-luz para los bautizados. Y si el Señor se queda contigo, tú también te quedarás con tus hermanos. Que Él se quede, es lo mejor. Así, de nuevo puesto en pie, ofrecerás la fragancia de Cristo, la sabiduría del Evangelio, la coherencia de tus heridas, y tu sufrimiento, para intentar la aventura de una humanidad solidaria, que busca a Dios y el bien común. Ora con el Espíritu: ‘Quédate en Cristo, alma mía, para que siga creciendo el verdor de la tierra, y la verdad, la belleza y la bondad del Evangelio’.
Puedes trabajar mucho y mal. Grandes activistas lo hacen, pues el activismo inconsciente e inconsistente es una estrategia del miedo oscuro e interesado. "Ya podría yo...". No es lo mucho que haces -el activismo esconde mucha mentira-, sino el espíritu con que lo haces. El evangelio te abre a la justicia de Dios que, como mucho, atisbas. Mateo 20: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día.' Él replicó: 'Amigo, ¿vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?". Aquí resulta difícil entender a Jesús, a Dios. ¿Toma el pelo? Sal de la rutina del mundo injusto. Métete en la camisa del obrero, en el corazón del que hace cola en el paro, o envía currículos. Entra en el alma del deprimido por el peso de tanta maldad sin rostro; persevera en su desesperanza, y en su anhelo por encontrar una mano amiga. Las palabras de Cristo en el Evangelio te sacan de la adormidera y pequeñez de leyes injustas, de prejuicios y condicionamientos, y te encaminan por la vía del amor mutuo, la Laudato Sí, la Fraternidad humana, la COMUNIÓN a celebrar el domingo 4 de octubre. ¿Los últimos serán bienaventurados y los primeros? Rúmialo en tu aquietada inquietud.
Antonio García Rubio.
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