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sábado, 17 de octubre de 2020

XXIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

 


Vemos el dolor del Papa Francisco, dolor de la Iglesia, para arrancar la corrupción económica y financiera de la Santa Sede; vemos un dolor similar en las instituciones eclesiales, sociales, políticas, empresariales o económicas de este mundo; y lo vemos incluso en nuestra misma vida. Y eso nos lleva a reconocer la presencia del mal y la corrupción en el ser humano, y como se le adhieren como una segunda piel, en su intimidad desconocida, en su conciencia, en su comportamiento interno, y, a veces, sin darse cuenta, o incluso ofreciendo una imagen externa venerable y apacible, una pura hipocresía. ¿Estamos  tan corrompidos por unos u otros caminos, como se dice?

Mateo 22: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea". Con ese piropo le saludaban a Jesús los que le buscaban para acusarle y matarle, tras preguntarle por el tributo al Cesar. “Al César lo que es del César...”. Con tanta falsedad e hipocresía de los que se creen buenos, no parece que sea muy fácil discernir lo que es de Dios y lo que es del César. Lo que es del ‘dios dinero y poder’, y lo que es del Dios Padre de Jesús, que nos pide a sus discípulos una entrega total de la vida, y una negación auténtica de servir al dios dinero. O Dios, o dios. O el Dios del Corazón grande, del Amor y la Misericordia; o el dios menor, raquítico, avaro y que empobrece la grandeza oculta del corazón humano, lo empequeñece y lo malea. Ese es el dilema complicado que hemos de resolver en la vida cotidiana; ese el 'ser o no ser' de la fe cristiana y de la confianza ilimitada, puesta a prueba cada día, en la elección entre el poder del amor de Dios y el poder del dios dinero. Seamos sinceros como Jesucristo, no nos dejemos engañar por lo efímero de la existencia.

Salmo 95: "Aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor". La sinceridad de corazón de Jesús, su opción decidida por la verdad, y por no dejarse intimidar por nada ni por nadie, sólo se puede hacer verdaderamente presente en nuestra vida por obra del amor entregado, del sufrimiento compartido con los pobres y los pequeños, de la gracia del Espíritu, de la oración continua, y de la alabanza. La invitación a la alabanza que surge de este salmo, nos sitúa en la contemplación de la gloria del Señor, y en la posibilidad de una sincera conversión del corazón y de las costumbres negativas. Orar es el camino para cambiar un corazón incapaz de darle la vuelta a la vida. Y orar en común, junto a tu comunidad, es mejor camino. Y orar entregando la vida en el servicio, viviendo con los últimos y siendo uno de ellos, es el mejor de los caminos. Aclama y alaba al Señor con la donación de tu vida. Esa es la verdadera alabanza. Y no te des por ello ninguna importancia. Hazlo, como hacía Jesús.

Isaías 45: "Te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios". Se lo dices a Ciro. Y así resulta que es apasionante este Dios, que no tiene acepción de personas, que sólo mira el corazón, que se adentra en nuestras entrañas, que se enternece con cada uno de nosotros. Un Dios que sólo ve lo que realmente hay que ver en cada uno de nosotros, que nos llama por nuestro nombre, que nos trata de tú a tú. En verdad es un Dios único e increíble. No hay otro como Él, que nos trate como a hijos y como a amigos. Demos gracias. 1 Tesalonicenses 1: "Cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda". Jesús nos ha ofrecido la sinfonía del nuevo mundo, del nuevo Reino. Y así, es imposible que dejemos de ver que algo nuevo está naciendo entre la desolación y la caída en picado de este mundo corrupto e incapaz de convertirse. Si callamos hablarán las piedras. De hecho ya lo están haciendo en muchos lugares. El Evangelio sigue siendo la fuerza que necesitan los hombres para renacer con el poder del bien, el del Espíritu Santo. Convéncete de que estás en un tiempo privilegiado por las dificultades que lleva dentro de sí. Hagamos que, en medio de esta pandemia que nos descoloca, mata, enferma, empobrece y desconsuela, florezca el hombre bueno, el Dios bueno, y con ellos la primavera tanto tiempo esperada.

Antonio García Rubio.

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