Empezamos el Adviento con un texto que nos refleja en este tiempo tan oscurecido para los humanos: Isaías 63: "Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa". Andamos rodeados de una oscuridad enferma, injusta, afectada, y acosada por la muerte. En el Adviento el creyente comparte con el pueblo su ausencia de luz; y aunque un resto invoca tu nombre, Señor, y se acoge a ti, existe para muchos la sensación de que tu rostro se ha ocultado y crecen las tensiones entre los que se sienten provocados por la culpabilidad, el estrés, los pensamientos negativos, las tristezas o depresiones, la carencia de trabajo o la falta de liquidez económica, la exclusión, la enfermedad, las UCI, los malentendidos. Y la falta de fe y confianza se hacen endémicas. Se oscurece tu rostro, Señor.
Quizá te encuentres entre los que levantan su oración intrépida ante ti. "Y, sin embargo, Señor, continúa Isaías, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano". El Adviento nos deja entrever una llamada en el interior de la vida humana, que la hace capaz de orientar su corazón al Padre Dios en medio de la noche con una oración semejante. Nosotros la arcilla y tú el alfarero. Nosotros los modelados del barro que somos y recibimos de ti, oh Padre; el aliento o espíritu de vida y amor que Tú nos transmites. El Adviento que toma conciencia del frágil barro que nos cohesiona; que aprende a vivir en la peligrosa levedad y hermosura de la creación. Adviento que confía en las manos que nos moldean e invitan a abandonar el camino miserable e inmisericorde por el que transitamos, que nos hace respirar un aliento, un respiro que nos conforma en seres vivos, y que nos devuelve, en el bautismo, el ser de hijos amados de Dios y entroncados en su amor.
Salmo 79: "Mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa". Replantea tu Adviento desde la vocación a la que has sido convocado. Re urge a prepararte para acoger la presencia de Aquél al que la tierra, en lo secreto, pide que visite su plantación. Somos cepas plantadas por las manos del Amor en esta inmensa viña, perdida en un punto diminuto, y aparentemente olvidado, del firmamento. Acoge la mirada, presta atención, y abre la puerta a la visita. Somos un pueblo vigoroso, por voluntad de Dios, y constituimos un Reino fraterno y universal. Gracias por compartir la suerte y asumir el barro.
1 Corintios 1: "Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don". La vida cristiana nos prepara a ser hermanos entre hermanos, formando un Cuerpo donde nadie carece de lo esencial. Todo es de todos. Si accedes al Louvre, puedes creer que es tu Museo y son tus obras. Al entrar en cualquier museo o pasear por las calles, sentirás que entras en tu casa y te encuentras con tus obras y edificaciones. Aunque seas un ‘manazas’, toda obra de arte o de vida de la humanidad será tu obra o la de tus hermanos. Sentirás la misma plenitud que cuando contemplas un atardecer en el mar o en el valle. Él nos ha enriquecido en todo. Su testimonio se prueba en ti en la medida que te sabes parte de su Cuerpo, y disfrutas de ser dueño del Universo. El Adviento enseña que somos hermanos en Aquél al que esperamos.
Marcos 13: "Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Velad entonces, no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!" No te duermas, despierta, pon en casa la Corona de Adviento:
1. Aléjate de pensamientos negativos. No te encierres. Ora a tu Padre en lo escondido. La sociedad anhela personas éticamente comprometidas en la búsqueda de la verdad y la vida fraterna.
2. Busca un camino de sanacion y austeridad para ti, tu comunidad y tu familia. Comparte lo tuyo -¿es tuyo?- con tus hermanos. Que nadie muera en patera o frontera, o víctima del odio. Somos un Cuerpo enfermo y luminoso.
3. Busca un amigo, hermano, confidente, acompañante con el que compartir tristezas e individualismos. Habla y ora con él. Hasta renacer de amor por dentro, hermano entre hermanos.
4. Haz gestos de compartir con los demás, tanto manuales como intelectuales, que liberen y sirvan lo mejor de ti para los excluidos. Da la cara por ellos. Entrégate.
Vigila, es Adviento. Ora en comunidad, escucha al Papa, a tus hermanos, a los profetas, los místicos, los santos del entorno. Jesús, que siempre se manifiesta en ellos, viene a quedarse en ti y los tuyos. Mantén la mirada fija en Él.
Antonio García Rubio.
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