Es necesario, una y otra vez, volver a considerar el poder de Jesús, y su uso de la fuerza. Y compararlo con el poder del mundo, y con el uso que se hace de ese poder tanto a nivel histórico o personal como a nivel social o eclesial. Muchos aparentan ser incapaces de discernir si el poder que usan en sus relaciones con los demás, es un poder que viene de Dios, del Padre, como el poder para el bien que reconoce Jesús, o es una derivación del poder mundano, proveniente de ambiciones o ansiedades de egos exaltados que constituyen al hombre y le perturban. Muchos seres humanos, llamados creyentes, o religiosos, cuando pierden el equilibrio de la gracia, y se quedan cercados por sí mismos, acaban haciendo una simbiosis interesada y perversa de ambos poderes. 'El Señor me ha hablado y me dice esto', suelen decir, y a continuación pueden propiciar palabras que resuenan más como ideologías, o como piedades particulares, o como interpretaciones interesadas del ego, o, incluso, como aparentes manipulaciones o perversiones de sus mentes. Cuando se considera el poder de Dios en su justa medida, y con renovada humildad, se descubre que nadie ha de hablar en nombre de Dios, cuando se plantean o realizan cuestiones relacionadas con el poder humano, el pensamiento, la imposición y el dinero. La persona creyente, madura, con hondura, probada por el dolor, reconocida y discernida por la comunidad cristiana, puede estar capacitada hablar en nombre de Dios, sin exceso de palabras ni de razonamientos, sino con la vida, con el ejemplo de humildad, con la sabiduría del Evangelio, y con los hechos y el silencio. Mateo 28: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Jesús ha recibido, tras la resurrección de entre los muertos, todo poder. Y nosotros, sólo hemos invocar semejante poder para anunciar la gracia de su nombre, y para hacer el bien, y sólo el bien.
De Jesús no viene poder alguno para dominar, controlar u oprimir a los pueblos y a las gentes, “no ha de ser asís entre vosotros, sino para negarse a su mismo, cargar con la cruz, seguirle, bautizar, enseñar a escuchar, y a entregar la vida, servir, hacer el bien, orar y amar. El discípulo cumple el mandato, y desarrolla la herencia: QUE OS AMÉIS. "¿Qué haces ahí plantado mirando al cielo?" Pero, no temas. Su misión no es una carga. No estás solo. Para desarrollar el poder otorgado por Jesús nunca estarás solo. El discípulo, que sigue al Resucitado en fidelidad y ama desde el silencio orante, que comparte la vida comunitaria y se entrega en el servicio fraterno y solidario, tendrá la plena conciencia de que Él está siempre junto él; y de que el tiempo nuevo, que comienza con la marcha del Maestro, es su tiempo, el tiempo de la Comunidad de los hermanos. Este es, pues, tu tiempo, el tiempo nuevo, el del "ya, pero todavía no" de un Reino que está naciendo y se está haciendo y viviendo en tu vida, la vida de la Iglesia y la vida del mundo; un tiempo que está fundamentado en el solo poder del bien. Nunca en el poder del mal. No te dejes caer en las garras ni en las tentaciones atractivas del mal. "Líbranos del mal, Padre", rezas con Jesús. La clave, la llave para una nueva comprensión del poder, que no se convierta en abusivo, ni en opresivo ni aberrante, te la da el Espíritu Santo. Hechos 1: "Dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo. Recibiréis fuerza para ser mis testigos". Es el Espíritu el que hace posible lo aparentemente imposible. El que no tiene el Espíritu de Jesús, está abocado al fracaso histórico de su entrega y de su misión, del uso de un poder efímero y que, en realidad, no es, es humo.
Salmo 46: "Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad". Esta es la hora de tocar y recibir, mediante el impulso de la Ascensión del Señor, un toque de atención y un subidón profundamente espiritual capaz de transformar la vida de los que buscan, de los que andan en procesos de conversión, de los que se adentran en el camino del servicio a los pobres, de los que entregan la vida a la Iglesia o a los demás, de los discípulos que siguen silenciosos, humildes y en escucha diaria al Señor, y de los que se inician o se adentran en caminos bíblicos y espirituales. Y todos estos, para elevarse con Él, para desvelar en ese vuelo del alma, cuál es la meta y el destino del discípulo, de la mujer y del hombre de Dios.
Pide la iluminación. No te encierres en ti mismo, te empujarán por el camino que no es. La cabeza se te llenará de pájaros de picos negros y de garras hirientes, que te picotearán reiteradamente en la dureza de su corazón, y te robarán la armonía que da el Espíritu. Por eso, ora al Señor en este domingo de la Ascensión del Señor con Efesios 1: "El Señor Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis la esperanza a la que os llama, la riqueza de gloria, y la grandeza de su poder, la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo". Eres un hijo del Viento. Vuela alto, con Él. Y déjate llevar por el poder del bien.
Antonio García Rubio.
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