EL CAMINO ES SUPERIOR A TUS FUERZAS. Siente cerca los sentimientos, vivencias, oscuros pensamientos o culpabilidades de las madres migrantes, que dejan a sus hijos al cuidado de familiares en sus países de origen, adquiren un préstamo para un billete, se trasladan a un país extraño, y buscan trabajo, hogar, acogida y dinero para mandar a su empobrecida familia. Increíbles aventuras llenas de historias de luz, cansancio, sufrimientos, lágrimas, frustraciones, días oscuros, o maternidades sin futuro. 1 Reyes19: "¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas. Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches". Mujeres al límite de sus fuerzas físicas y psíquicas, como Elías; concentradas en una fe potente y una confianza incuestionable en Dios. Se levantan en su fragilidad, tras su fracaso, y cada día vuelven a la esperanza, al esfuerzo, como si fueran atletas de élite, como Sifan Hassan en su remontada épica en la carrera de los 1.500 metros de la Olimpiada de Tokio, como profetas del amor de Dios, capaces de sacrificar la vida por sus hijos, como sólo saben hacerlo las madres. Esta fortaleza femenina, su profético trabajo, su sueño sacrificado de un mundo fraterno, justo, con igualdad de oportunidades para sus hijos y para todos, nos hace caer postrados de admiración, empuje, fe, convicción de que es posible, tras tan dignas peleas, de tanta gente sacrificada o crucificada como hay en la tierra, que entrega su libertad, para hacer posible el Reino fraterno de Dios.
DESTIERRA LA AMARGURA. Siempre acabas tropezándote, en muchos ámbitos de tu vida, con mujeres de fe, bien unidas a Cristo, que se acercan con una devoción fuera de lo común a la comunión, al encuentro eucarístico con su Señor, y que, misteriosamente, son capaces, de transformar dentro de sí la ruina, la maldad sufrida, los desprecios, la marginación, las enfermedades, los abusos, los insultos, la frustración, o la amargura, que es una bomba llena de tristeza y deseos venganza. En el Tú a tú entre Cristo y ellas, descubren como se apaga el mal creciente de su interior, y como salen colmadas desde dentro por un ser nuevo, transformado, renovado y lleno de luz. Algo similar a lo que dice Pablo, Efesios 4: "Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo". Cristo sana, abraza en la gran decepción, comprende, libera del mal, enseña a perdonar y hace renacer la esperanza y una nueva y determinada actitud de superación, de confianza en el futuro; y adquieren una nueva visión, nuevos ojos que saltan por encima de todos los males y del agotamiento. Es la fe que valora y resalta Jesús.
QUÉ BUENO ES EL SEÑOR. Salmo 33: "Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él". Este versículo es una preciosidad. Todo creyente sabe de algo secreto: de su llegada a una nueva fe en la que adquiere unos ojos nuevos; de la aceptación obediente de una acción de la gracia en lo más profundo de la caverna de su sinsentido, de su abatimiento o pobreza, de su pecado o su debacle humana. Ahí, en su hondo suplicio, se le da a beber espiritualmente, con su conversión, la copa, el cáliz del Señor. Es algo difícil o imposible de narrar. Pero es ahí donde se despiertan de nuevo los sentidos: el gusto, el olfato, el tacto, la escucha, la mirada. Se siente que todo renace. Las palabras quedan sin valor. Y sólo se acierta a proclamar: "Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él". Qué bueno es. Qué bueno.
EL PAN DE LA NUEVA VIDA. La eucaristía dominical te da la posibilidad de rememorar los humildes momentos de conversión e iluminación en tu vida rota o hundida. Cuando te acercas a la fuente de tu verdadera alimentación, a la eucaristía, te ligas al Pan y a la Palabra. Y en ella, rodeado de hermanos, entiendes que no puedes vivir sin Jesús, que es Él el que te convoca, te reúne, te abraza, te devuelve la esperanza. Juan 6: "Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Como mujer sufiente que te alimentas de Cristo, o como hombre que te caes del caballo, y que humildemente, junto a tus hermanos, te acercas a la Mesa del Señor, sabes que hay cosas que te pueden sobrar o faltar, pero que la Mesa del Día del Señor, adelanto de la Mesa del Reino, no te puede faltar. Aprende a vivir con renovada emoción la Eucaristía en este tiempo complejo y doloroso. Vivirla con paz y gozo es la clave para la necesaria renovación espiritual de la Iglesia.
Antonio García Rubio.
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