Vuelve a la noche. Algunas realidades sólo son visibles cuando la noche arrecia en oscuridad y silencio. Oye pasar la noche, escúchala y contémplala estupefacto, sin que se te muevan los tímpanos de los oídos ni el iris de los ojos. Es ahí, entre las brumas de algún pensamiento obsesivo, que busca protagonismo o de visiones surrealistas que se cuelan gratis al cine de las sábanas blancas (al que te enviaba tu madre, cuando eras niño), donde te quedas quieto, con quietud asentada, y siempre primeriza. Y la no-luz y el no-sonido, acaban concentrando los finos hilos de tu pobre mente, para que se descuelgue al corazón, y aún más abajo, hasta tus escondidas e impenetrables entrañas. Y sólo ahí, en el santuario secreto de cada hombre, se puede ver y oír de aquella otra manera, que no está escrita ni descrita más que con trazos inefables, y a veces, poco inteligibles. Es ahí, y así, en esa fiesta del no, de la nada más absoluta, donde comienza a verse amanecer la aurora que no oscurece y la música que se eterniza. Es ahí, y así, como puedes acercarte a la comprensión, la visión y la escucha en la que participan poetas, filósofos, profetas, artistas, músicos, místicos, creyentes, esperanzados y enamorados. Es ahí donde hoy te cautivan las palabras de Daniel 7: "En la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él".
Un hijo de hombre se presenta en el centro de la historia creciente de la humanidad, y muestra un nuevo hombre, que nada tiene que ver con las pasarelas de la moda. Esta exalta otro hombre, envuelto en nubes de telas de alto precio, que se exhibe para ser mirado con luz artificial, y sumergido en el silencio de la incomunicación. A la moda sólo le interesa el hombre rentable, que luego se abandona en el destierro de ciudades plagadas de soledad, indiferencia o rancia admiración depauperada. Mira el Salmo 92: "La santidad es el adorno de tu casa, Señor, por días sin término". En la visión sin imágenes coloristas de la noche de tus entrañas, te aparece una palabra ya olvidada: la santidad. La puede usar de modo simpático para despedir a un hermano: "Que la santidad sea el adorno de tu casa". Y eso, secretamente, te lo deseas a ti mismo. Pero la luz del día trae visitas, encuentros y noticias que se mofan de la santidad. Y esta, humilde, se vuelve a su rincón de espera, a tus entrañas. Pero en la noche, te vuelve a mostrar la cualidad esencial, invisible, inaudible e inabarcable de la vida del hijo del hombre. La luz led arrasa con lo auténtico, bello, verdadero y sublime que se esconde en tus entrañas. La luz artificial no quiere saber nada de la LUZ. ¿Se repelen? ¿No se soportan? Lo cierto es que la LUZ vuelve a la noche que ve y oye de otro modo. La santidad, que habita en lo alto, más allá de las nubes del cielo, está ya en los que acogen el don del hijo del hombre y lo escuchan, en los que se acercan a verla como llama que arde y no quema. La santidad sólo es AMOR, que se cuaja en lo profundo de las entrañas que la acogen. No está pérdida. Vino a los suyos. A cuantos la reciben les da poder para hacerla germinar y fermentar en el centro de la tierra, entre las pobrezas y miserias que angustian la historia de los últimos.
El lenguaje apocalíptico es una trompeta molesta, que encaja en la gran sinfonía estridente de la historia. Escúchala en lo hondo de la cueva, te presenta la presencia del hijo del hombre. Apocalipsis 1: "Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice el Señor Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso". ¿Va en serio? ¿Te convendría escuchar en tus profundas entrañas? Amén. El que es, era y viene. El Alfa y el Omega. Habla Dios. Escucha atento, sin miedo, con sosiego. Entra dentro, busca el reino, su justicia, la santidad de vida, el hombre nuevo que estás llamado a ser, a imagen del Hijo Amado. Sé santo como Dios es Santo. Y la santidad sólo es la centralidad de Dios: el Amor.
Juan 18: "Pilato le dijo: Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz". Ahí tienes al rey, al testigo de la verdad, al hijo del hombre, al hijo amado del Padre, a Jesús, el hijo de María. Principio y fin de todo lo creado. Todo fue creado por Él y para Él. Todo se mantiene en Él. Hacia Él sigan mirando los pobres ojos de tu alma, de la perla de amor que crece en tus entrañas, y se realiza en santidad de vida, de fe y de amor mutuo hasta que llegue el día fijado por Dios, para su retorno y venida. Ahora, está a la puerta y llama. El que le abra, entrará, se sentará en su mesa y Él le servirá. No dudes. Él está.
Con la solemnidad de Jesucristo, rey del universo, concluye el año litúrgico. El próximo domingo iniciaremos el nuevo año con la corona y el primer domingo de Adviento.
Antonio García Rubio.
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