Mira la alegría de Dios que ve el profeta. Acércate a la Llama y contempla la alegría de Creador. Percibe también las consecuencias de esa alegría en ti y en la Creación. Vas adentrándote lentamente en el Adviento. La percepción de tus sentidos corporales y espirituales varía en la medida que actúa en ti la gracia que Dios desparrama. En la quietud de tu oración contempla la alegría en estado puro del Señor. No te preguntes si estás triste o alegre. Olvídate de ti. Haz un esfuerzo suplementario, y afina tu mirada en Aquél al que tantas veces experimentas como tu Amado. Así dice el profeta Sofonías 3: "Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta". Es bueno mirar ahí, en Él, salir de ti, gozar con su gozo, alegrarte con su alegría, complacerte en su complacencia, sentirte jubiloso con su júbilo, saberte partícipe de su día de fiesta. Lo necesitas. Es como celebrar, invitado por tus amigos pobres, una cena de fiesta y dejarte ganar por su comida humilde, su vino de Tetra Brik, sus sonrisas y carcajadas desbordantes, sus cantos y sus bailes. Todo, increíble, te envuelve, te desinhibe, te saca de ti, te hace girar en la rueda maravillosa de alegría simple, preciosa, sin tapujos, de Dios.
Al gustar esa alegría, percibirás que ella, por sí misma, produce el grito, el trueno, la pasión, la palabra, la pintura, la escultura, la música, la poesía, el arte; y también la misión, la evangelización, la liturgia, y la más grande de las artes y virtudes: la Caridad. La practicas en tu vida cotidiana, entre pobres, enfermos, excluidos, solos, desamparados, depresivos, y maltratados en las fronteras y lugares donde la opresión manda y socava las vidas de los hijos de Dios. La Caridad, al final, en la historia, permanece colgada de unos finos hilos que te trascienden y te dan más allá de la muerte la plenitud de resucitado. La belleza es el amor manifiesto del Adviento, y su expresión es el grito que pide la venida del Señor, ya presente. Lo tienes en el Salmo. Isaías 12: "Gritad jubilosos, habitantes de Sión: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel". Apasiona gustar y escuchar, o cantar, este estribillo, en la composición de Kiko Argüello. Incomparable ese sentimiento gritado, que tú puedes oír y cantar en momentos singulares de la vida comunitaria, litúrgica, familiar, social, cultural o personal. Qué grande es, y cuanto anima a compartir la alegría que viene de la Fuente del Santo de Israel.
A veces, inmerso en las oscuridades y crueldades del presente, no sabes a qué asirte con fuerza. Tu mente, que está desparramada y dispersa entre miles de palabras huecas, imágenes trucadas o cantos viciados de impureza, se ilumina con Filipenses 4, cuando en la noche del Adviento, añoras la esperanza: "La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús". Eso es. Únete a la paz de Dios; que te inunde. En ella resplandece Aquél al que buscas. Lo encontrarás en los corazones y pensamientos de los humildes y sencillos que han sabido o recibido el don de Cristo Jesús. Él es tu paz. La percibes en la oración, y en la vida comunitaria con quienes celebras el Adviento en el domingo. Ahí, en tu comunidad de fe encontrarás la custodia de tu fe. Unión y comunión son las guardias del amor y la fe. Vive la Eucaristía en Comunidad. Tu consuelo y esperanza.
Juan Bautista es un bello y humilde espejo, que pone fin a la época de ego subido de algunos grupos de élite de Israel. Es precursor de una nueva época consciente, crucificada y fundamentada en Cristo en la historia de la salvación. Juan bautiza con agua. Jesús lo hace con Espíritu Santo y fuego. Lucas 3: "Se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él dijo: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego". Juan es espejo, porque afronta la verdad desnuda del hombre que confía en Dios. Quizá tú no seas capaz de llegar a gozar de la alegría del Padre, pues andarás distraído en la bulla de la cultura mediática. Pero, fija tus ojos en Juan. Carga con tu historia, mucha carga, y con la responsabilidad del futuro, aún más carga, para cumplir tu misión con el alma nueva de Jesús clavada en ti. Esa es tu alegre tarea de Adviento. Identifícate con tu espejo, que es fiel reflejo de Dios, y liba, como la abeja, el néctar de la alegría del Padre, a través del Bautista. Quizá te parezca un personaje adusto. Te hará falta el humor del niño, de tu hombre nuevo, identificado con Cristo que nacerá en ti, para que, en este mundo desesperanzado, junto a Juan Bautista, aprendas a vivir, escoltado por la alegre esperanza del Padre Dios. Y, mantente con esa alegría que, libada en el manantial del Misterio de Dios, y en tu espera comprometida con la fe y el amor, da frutos de conversión. Alégrate con la alegría de Dios.
Antonio García Rubio.
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