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sábado, 25 de marzo de 2017

DOMINGO IV DE CUARESMA. 2017.

Música sacra católica gregoriana medieval eclesiástica en latín


Me he parado a pensar en las manos de Jesús haciendo barro con su saliva y en las aguas de la piscina de Siloé (Enviado), a la que Jesús manda lavarse al ciego. Y me he parado porque el ciego actual, aquél ante el que Jesús hoy se detiene para devolverle la luz, es el hombre despedazado y roto, el injustamente tratado y despreciado, el que se refugia de la guerra a las puertas de Europa, el que no tiene liquidez para llega a mitad de mes, o el que comparte habitación; es el que está en la calle o la que se prostituye, son los niños acosados o las personas perplejas por hambre provocada por las ganancias cuantiosas de unos pocos, son los jóvenes que reciben salarios grotescos para sobrevivir o los muchos que buscan la salud del cuerpo, de la mente o del corazón.
Ante el ciego, Jesús toma la iniciativa de su sanación. Y le devuelve armonía, salud y luz a sus ojos. Y lo hace volviendo al inicio de todo. Jesús restituye en el ciego a su hombre original, al que fue creado por y para la luz. Y para ello lo lleva al principio, a sus dos orígenes, tanto al origen de la vida, como al origen de la fe; a la Creación y a la Redención. Vuelve al barro que unta en sus ojos, al fluido de Dios mezclado por Él con el polvo de las estrellas, dando lugar, en ese barro, al nacimiento del ser humano, imagen del Hijo y aliento del Espíritu, creatura nueva y eterna, armónica y llena de belleza. Y vuelve también, al enviarlo a la piscina de Siloé, al bautismo, al nuevo nacimiento de las aguas, a la piscina del Enviado, del Espíritu, a la pila bautismal, al nuevo y definitivo ser, al hombre nuevo, iluminado, lleno de luz y de visión. Con Jesús el hombre puede volver a nacer. Nada está perdido. Esta es la gran noticia de este cuarto domingo de Cuaresma. Estamos en el camino de la luz. Y ésta es posible. El hombre roto, cansado y hastiado de tanta injuria, sabe que cuenta con Dios y puede volver a empezar. En eso andamos los cristianos.
Entonces, qué es lo que pasa. Porqué los enemigos de Jesús no comprendieron lo que estaba aconteciendo y quisieron acabar con Él; y, porqué los padres del ciego se hicieron los olvidadizos y no se comprometieron. ¿Quién pecó, él o sus padres?, preguntaba la gente, queriendo echar balones fuera.
El pasado sábado acompañé a Pedro y Lola a visitar a su hija adoptada, Raquel, que está recluida en un Centro Terapéutico, una institución que pretende ayudar a los adolescentes a recomponerse de la violencia en la que se refugian, y que transmiten a los que conviven con ellos, especialmente a sus familias. Raquel es una criatura sencilla y encantadora cuando está tranquila. Nació en la cárcel, de una madre toxicómana joven y de un padre casi anciano. Tras unos meses en la cárcel, lo recogió una institución durante un año. Y después fue dada en adopción. Su familia actual le ha ofrecido catorce años de alientos y cuidados, de sublime amor paternal, y sin embargo la niña mostró siempre unas conductas y sentimientos difíciles y contradictorios, hasta provocar en su adolescencia unas relaciones violentas e imposibles en el seno familiar. ¿Quién pecó, ella o sus padres? ¿Quién es el responsable de tantos niños rotos y desestructurados como soporta nuestra sociedad opulenta? Hemos de hacer algo más que culpabilizar. Este mundo ha de encaminarse por los caminos de la reconciliación y la renovación, de la justicia y del crecimiento humano de todos, de los niños y padres, de la sociedad. Me impresionan los padres de Raquel. Su decisión de adoptar, su entrega, su generosidad, su paciencia ilimitada, su ruina económica para soportar tantos meses de terapia con el fin de sanar y restablecer la persona de su hija. ¡Qué implicación, que alegría con su hija, en la visita al Centro, qué fe en su recuperación!
De vuelta a casa, me vienen un aluvión de imágenes: Un niño nace ciego en el hospital de la Princesa en Madrid; otro niño nace y crece miserable, endeudado de por vida en Haití; otro está naciendo en una tribu de la Amazonía brasileña, ignorado por la sociedad consumista; otro malvive en una familia paupérrima del gran suburbio Kibera, en Nairobi, Kenia; otro rebusca entre los deshechos y basuras de Catuera, Paraguay; otro sobrevive sin piernas en Battambang, Camboya, como consecuencia de la explosión de una mina antipersona; ese otro nació para enfrentarse a la muerte al ser un niño soldado en Nigeria, entre los trescientos mil que se calcula que hay en el mundo; y otro más está muriendo desnutrido, ahora mismo, en medio de la terrible hambruna de Sudán del Sur. ¿Quién pecó, ellos o sus padres? ¿Quién es el responsable de tanta ceguera y dolor? Siempre nos encontraremos con la misma y contundente respuesta de Jesús: “Ni pecó él ni sus padres”. Mucho de lo que acontece, y más en los niños inocentes, sucede por muchos motivos que tendrían solución con nuestro trabajo y esfuerzo solidario y de justicia.
Todo, incluido lo que no nos gusta, decía G. Bernanós con la visión de Jesús, es gracia; todo adquiere su significado con perseverancia, con un silencio que escucha, con trabajo y ciencia, con la fe y sentido, con entrega. Y todo acaba dejándonos, con estos ojos nuevos, una estela de luz. En el fondo de sí, toda la realidad, también la dolorosa e injusta, está preñada y constituida por una poderosa luz. El oscuro mal que acontece a la humanidad y a los pobres no es para su destrucción, ni su fracaso. La infame cruz de Jesús, nos ha cambiado la óptica. Se ha convertido en luz para ver e interpretar los males. “Por el madero ha llegado la alegría al mundo entero”, gritaremos los cristianos en la Pascua que se acerca.
Actualiza tu fe, el presente de tu fe. Aquí y ahora. Siempre con tus hermanos. Y di, con el ciego: "Creo, Señor". Aquí y ahora, de tu mano, soy y me reconozco como un hombre nuevo. Aquí y ahora estoy contigo haciendo el bien, y comprometiendo mi vida con la tuya, en favor de la vida de los que aún no han podido actualizarla. "Ahora veo, Señor". Aquí y ahora. Hoy ya no soy ciego. Tú nos sanas, nos devuelves la alegría y las ganas de hacer lo bueno, lo sano, lo que crea fraternidad. Es mi tiempo, Señor. El tuyo. Eres el Agua siempre Viva. La luz que, como la zarza de Moisés, no se apaga. Contigo comienza lo nuevo. Tú eres la luz de mundo. Los pobres y los niños destruidos se alegran contigo. Es tu Espíritu el que convierte a tu Iglesia en luz. Y esta es nuestra misión: invocar y provocar la luz en las tinieblas; hacer que los ciegos vuelvan a ver, que los niños vuelvan a sonreír, que renazca la armonía.
Conviértete, aquí y ahora, y cree en el Evangelio. Y date hoy la oportunidad de cambiar tu mundo y el mundo.



Antonio García Rubio. Es párroco del Pilar en Madrid.

viernes, 24 de marzo de 2017

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martes, 21 de marzo de 2017

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De la sed nuestra y del agua de Cristo

(RV).- En la pila bautismal de la iglesia más cercana a tu casa suele haber “agua bendita”, bendecida por el sacerdote o el diácono. El agua bendita recuerda el bautismo en la muerte y la resurrección de Cristo, por el que vos y yo somos “hijos de Dios”. Y con ella bendecimos a la gente, la casa, los objetos religiosos.
Pero si vamos más atrás y buscamos la causa de las innumerables pilas bautismales, llegamos a la fuente que es el mismo corazón de Cristo, que cuando el soldado Longinus le atravesó el costado con la lanza, el corazón estalló colmado de amor como una vertiente de sangre y agua purificadora y vivificadora. En el desierto de la Cuaresma el Evangelio nos lleva al pozo de Jacob, donde en extraordinario diálogo Jesús le pide agua a una samaritana y a la vez le ofrece un agua distinta: “El que beba del pozo tendrá nuevamente sed –le dice el Hijo de Dios-. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”.
Tenemos que beber también esa agua que nos conecta con la fuente inagotable del corazón de Jesús resucitado. Y convertirnos vos y yo, también en fuente de vida. La clave está en el bautismo, en la sed de Dios que el bautismo dejó sembrada en mí y en vos y en la sed de vos y de mi que el bautismo dejó sembrada en Cristo.
Evangelio según San Juan 4,5-42.
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber". Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".
"Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?".
Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".
"Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla". Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".
La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad". La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".
La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo". Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo". En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?". La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?". Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro". Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen". Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?". Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha'
Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos". Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice". Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo". 

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