Él nos aliviará, nos dará respiro, nos hará respirar con paz, con sereno sosiego.
Hay mucho nerviosismo en la humanidad actual, demasiado. Proveniente de la lucha feroz por los intereses. Es demasiado el orgullo callado que cuece como caldo cotidiano de la historia. Hay demasiado poderío vengativo, sin alma, sin piedad, propulsor de proyectos ambiciosos que esclavizan o descartan a los pobres, al pueblo humilde y sencillo. Hay demasiada pugna armamentista y destructiva. Hay demasiada competitividad por el dominio del mundo, excesivas amenazas sobre la vida en el planeta. ¿Quiénes somos los cristianos? Somos ‘Cristo’. Romanos 8: "El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
'Venid a mí', dice Jesús. Lo dice Él, el descartado por los poderes irritables de la Palestina de la primera mitad del siglo I. Lo dice Él, rescatado por el otro poder, el del Dios del Amor, poder secreto y silencioso, tras su pasión y muerte en la cruz. Porque existe un poder que espera el sosiego de los malos humores del hombre, de sus ínfulas poderosas; un poder que dará paso al despertar, a la reacción del hombre que busca vías sólidas, fraternas, humanas.
Jesús nos llama, pero, ¿cómo podremos llegar hasta Jesús? Los modos de acceso a Él, que nos llama entre el cansancio y el nerviosismo cotidiano, son múltiples y diversos, tantos como seres humanos pueblan la tierra. Cada cual, según el modo propio que Dios le facilita, posee el don de acercarse a la llama de amor vivo que arde sin consumirse. Es Él el que nos sosiega y caldea el corazón. Es Él el que alivia y da respiro. Él el que serena y libera. Con él, algo nuevo nace en el hombre, en su corazón y sus entrañas; algo que se nos ofrece al recuperar el sereno respiro de Jesús; al recuperar el primer aliento divino. En su alivio se nos da un hombre nuevo y lleno de paz, que aleja del nerviosismo de los poderosos que ha contaminado al pueblo humilde.
Es Él, el Padre Dios, el que ha "escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla", quien nos enseña a fiarnos por entero de la Palabra de Cristo.
Zacarías 9: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica." Viene Él, y nos pide que nos acerquemos a Él como es Él: humildes, modestos, sencillos, sin arrogancias. Él nos dará el don prometido: el sosiego, la mesura, la serenidad, la calma, el respiro, el alivio, la visión del bien y de lo bueno que hemos de construir y plantar, que nos espera.
Es el Padre quien nos sostiene y levanta, como lo hizo con Jesús. Salmo 144: "El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan." La protección y la providencia divinas son incuestionables para el creyente. Son certeza y esperanza.
Con sólo acudir a Él, se agotan los nerviosismos; se adquiere una serena mirada positiva, entrañable y amorosa sobre el mundo, su presente y su futuro. "Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis." Ahí está lo nuevo. El nacimiento y crecimiento de un nuevo modo de ser y de vivir, que propicia te días de paz y justicia a ti y a la humanidad.
Vemos a mucha gente constreñida y ahogada. Sin respiro. Personas sin libertad y con hambre. Personas perseguidas y violentadas. Personas que se levantan sin aliento por las penurias que les acechan. Personas que rayan los límites de una humanidad digna. Son ellas las descartadas y sencillas las que tienen la Promesa y la Palabra. El Padre, lo dice Jesús, se las ha confiado a ellos. Benditos sean. Y son ellos los que tienen la llave para abrir con sereno sosiego, en medio de su ahogo, y fundamentado en sus padecimientos, la puerta de la auténtica esperanza.
Antonio García Rubio. Es párroco de Nuestra Señora del Pilar en Madrid.