Mateo 21. "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue." Estos dos hijos los he encontrado dentro de mí. El segundo es más falso que las monedas de Judas. Lleva años diciendo que va, pero no va. Está ciego. Está necesitado de luz. El otro, el primero, lleva años luchando por sobrevivir. Está instalado en la duda. Ha visto, pero le cuesta acabar de creer y de confiar. Lleva años desojando la margarita. Ahora, por fin, ha tenido el arranque de lanzarse al suelo de la viña. Hoy va a ir a trabajar. Pero sigue teniendo junto a él, en su alma, al otro gandul y sin conciencia, que le seguirá apretando y fastidiando a la hora de volver a levantarse mañana para ir de nuevo a la viña. Y en esta pelea me encuentro. Como veis, no tengo que ir muy lejos de mí mismo para ver que la veracidad de la parábola de Jesús está en mi propio ser, en mi propia casa.
Salmo 24. "Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador, y todo el día te estoy esperando." Hemos de practicar cada día el camino del silencio para que se vaya haciendo paso dentro de nosotros mismos la luz de nuestro Dios y Salvador, al que esperamos con impaciencia y con poca cabeza. La enseñanza está dictada. Ahora toca practicarla. El hombre nuevo, ese niño que desea ir a la viña, que nació el mismo día en el que fuimos bautizados, y que está anhelante de trabajar a favor del Reino de Dios, está empujando, con las invitaciones de Jesús y con el impulso de su Espíritu, para ponerse en marcha. Y está ahí, en la hondura del silencio diario, buscando la manera de asentarse en nosotros de modo estable. Enséñame, Señor ,y que me deje enseñar, Señor.
Ezequiel 18. "Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá." La gran conversión supondría convencer al que dice, pero no hace, que es preciso abandonar el camino de los hipócritas y chapuceros, el de los corruptos y embaucadores, y aprender a ser auténticos, coherentes y sinceros de corazón. Ahí está la conversión que pide Ezequiel. Y así la conversión del hombre sería completa y definitiva. El amor, que está en la práctica del derecho y de la justicia, es el que salva la vida, y el que nos da una vida nueva.
Filipenses 2. "Dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús." Este texto es maravilloso. Hay que dejarle caer suavemente sobre el hombre ciego y opaco que hay en cada uno de nosotros. Es una lluvia suave, fina, sustanciosa, que nos ayuda a ser lo que estamos llamados a ser. Un texto lleno de luz. El hombre torcido es el que se cierra en sí mismo, el que no se deja hacer por sus hermanos, el que no deja que le crezca la sensibilidad de Jesús. La comunión a la que estamos llamados nace en Cristo Jesús y se adhiere a nuestra alma y al alma de nuestras comunidades en la medida en la quenos dejamos tocar por Él en lo profundo de las entrañas.
Mateo 21. "Jesús les dijo: 'Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron'". Ya sabemos quiénes son las preferidas de Jesús. La confianza de Cristo es absoluta en los pobres, en los pequeños, en las prostitutas, en los despreciados. En ellos ve el Señor los atisbos del hombre nuevo, los atisbos de los más bellos sentimientos de la humildad, los atisbos del dolor que redime, los atisbos del amor que se desborda. La mirada de Jesús es increíble. Nos transforma y nos desborda. El mundo tiene sentido. Todo tiene sentido. Todo es una llamada a cambiar de vida. Y hemos de adquirir la conciencia de hijos que dejan crecer al hombre nuevo y fraterno, entregado y servicial, inocente y cercano, inteligente y humilde. Este, tú si lo vives, estás llamado a vivir eternamente y a transformar esta tierra de dolor y sufrimiento, en un cielo nuevo y una tierra nueva. Todo está dentro de ti. Busca el Reino de Dios y su justicia.
Antonio García Rubio.