Seguir el rastro de alguien es salgo que hace una persona secretamente enamorada de otra. Quien no está enamorado, sólo sigue su propia estela y mira su figura ante cada escaparate o ante cada espejo, como un narciso obseso de sí. En cambio, el enamorado se olvida de sí, y no le importa andar desaliñado o no dormir, con tal de seguir las huellas y el rastro de su amada o amado.
Quien trabaja en las tareas del Evangelio, ha de saberse un enamorado de Dios y de lo común, de lo de todos; del Dios gallina que desea tener a todos sus polluelos bajo sus alas; del Dios pastor que anhela ver a todo su rebaño dentro de un mismo ambiente positivo y de crecimiento en el redil, en la comunión. El pasado viernes vi jóvenes apasionados y enamorados de la música clásica en el Teatro Colón de Buenos Aires. Jóvenes reconcentrados en la interpretación de la Orquesta, obnuvilados y aplaudiendo a rabiar. Jóvenes situados, como mi amigo Britos y yo, en la séptima y última planta, en lo más alto del teatro, con tal de dejarse embaucar y embrujar por la música clásica. Indecible el amor que pude observar en sus ojos, sus gestos, su atención o sus aplausos.
Ezequiel 34: "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de
su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios–."
La dispersión de las ovejas entristece y enloquece al pastor. Y el nuestro es un pastor que busca como un enamorado nuestro rastro; que, cautivado por nosotros, nos sigue por todas partes, sin dejar de animarnos y convocarnos a volver a Casa, al rebaño, a la Mesa, a la comunión, al sesteo. Que bueno es saber que somos buscados, porque somos amados. Qué bueno es saber que se nos busca para invitarnos al sesteo, a la vida sana, a la relajación, a la comunicación, a la cena, al calor del hogar y de la amistad. Qué bueno es saber que Él "busca las ovejas perdidas, recoge a las descarriadas; venda a las heridas; cura a las enfermas: a las gordas y fuertes las guarda." ¡Qué Padre nos espera! Para enamorar. Para enamorarnos. No le falta detalle. Cada uno tendrá el cuidado necesario.
El Salmo 22 nos lo asegura: "Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre."
No parece que esté al alcance de la mano la gran promesa que aparece hoy en 1 Corintios 15: "Cristo tiene que reinar... Y así Dios lo será todo para todos." Sobre todo si nos acercamos a los puntos calientes de la tierra, como estoy haciendo yo ahora en la Amazonía, y vemos las grandes amenazas que se ciernen sobre una tierra saqueada y sobre una humanidad fraccionada, enloquecida, depauperada y, a su vez, violentada y saqueadora, sufriente y violenta; una humanidad contagiada de las más graves contradicciones y manipulaciones. Y así no parece fácil creer, no lo es; ni mantener la fe; ni contagiar la esperanza; como tampoco lo es vivir la cordura fraterna y espiritual que acompaña a la fe. Por eso, hemos de ponernos, como humildes discípulos, a la escucha atenta de su Palabra:
Y, en este tiempo torcido y disperso, te toca escuchar silenciosamente a Jesús. Y mantener su mirada compasiva sobre esta humanidad abandonada y sin pastor aparente. Y te toca emprender el más difícil todavía camino de la confianza ilimitada en el poder sanador y liberador del Padre. "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo." Pues, si loca está la humanidad en sus desmanes, mayor locura de amor es la que nos muestra el Padre. Y amor loco, con loco amor se paga. Vi esa locura de amor el domingo en los curas villeros de Buenos Aires. Increíble su entrega a los desheredados.
Mateo 25: "Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Aquí radica la locura. Esta es. Responder a un mundo enloquecido en su ambición con la locura de un amor pobre y entregado a los pobres.
Mantente en esa peculiar manera de establecer la justicia. Da amor y fortalécete dando amor. Y en la misma donación se te dará el modo preciso en el que habrás de ejercerla. Lo veo en los misioneros y laicos que se entregan y desgastan intentando salvar a la Tierra y a sus moradores en la Amazonía. Porque en esa entrega se trata también de salvar la Tierra, uno de sus pulmones. Y de hacer posible el Reino fraterno para toda la humanidad.
Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?"
Ahí está la clave y la esperanza de todo. No todo depende de ti o de mí, sino de Él. Y de cuantos humildes entusiastas quieran colaborar con Él en una tarea tan noble y tan bella: "Y el rey les dirá: 'Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.'" En tu acción, pequeña y humilde, y en la mía, y en la de cualquier humilde servidor de la historia, está preñada y mantenida la salvación de todos. Si confías en la Palabra, si crees, y si haces tu pequeño bien a tus hermanos rotos, lo harás posible. La Tierra necesita que tú, y muchos como tú, tengan fe como un granito de mostaza; que existan unos cuantos misioneros valientes como a los que acompaño estos días en la Amazonía.
Antonio García Rubio. Vicario parroquial de San Blas.