"María del Adviento, compañera de la soledad de los creyentes. Impresiona la soledad en la que te encontró el ángel Gabriel. Sin intermediarios, sin la posibilidad de recabar un consejo. Tu actitud y respuesta son un ejemplo para nuestra soledad. En las ciudades estamos rodeados de extensos desiertos de soledad. Tu respuesta a la propuesta del ángel es un aliento para orientar las contrariedades e indecisiones de los que cada día hemos de decir sí, como tú, en circunstancias adversas, solitarias y sin apoyos. Lucas 1: ‘No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.' La Palabra nos quita el miedo. El Espíritu está incondicionalmente a nuestro lado. A Él hemos de recurrir en la soledad y la adversidad.
“Existen situaciones pastorales y vitales, Madre, que sólo podemos afrontarlas desde la soledad del corazón. Las grandes decisiones nacen y crecen al calor de la soledad acompañada por la presencia del Espíritu. Ahora, al final del Adviento, apareces tú, con tu aliento cálido y entrañable, para ayudar a las familias de los sufrientes, abandonados y sometidos a soledades destructivas, a renacer con Jesús en Navidad, y para ayudarnos a cada uno de nosotros.”
“María, nosotros, pecadores, experimentamos, el reto de confiar, creer y hacernos uno con el Padre, tu Hijo y su Espíritu. Y compartimos con emoción las palabras vivas que te dirige el ángel: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra'. Anhelamos vivir contigo un camino comunitario y fraterno, aunque este se cueza en nuestra soledad; un camino de fe que quede preñado por la sombra y la fuerza del Espíritu. Si no es así tu Iglesia no podrá regenerar su soledad para hacerla fructificar en bien de los demás. Y esta se tornará autorreferencial, derrotista y decadente, como denuncia el Papa Francisco.”
“Caldea, María, con tu amor de madre, el corazón de los que anuncian el Evangelio en medio del caos, para que digan cada día contigo: ‘Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.’ ¡Qué valiente decisión y determinación la tuya! ¡Qué fuerza, para nuestro pueblo desorientado y desalentado, la de tus palabras! Resuenan como un eco sanador en la historia de la humanidad. Son empuje para la supervivencia diaria de los pobres, los pequeños, los que no cuentan, los desplazados, los deportados, los indocumentados, los refugiados. ¡Aquí estamos, Señora! La tuya es la fuerza de la fe de los limpios de corazón y de los pequeños en ambiciones.”
“En la soledad abierta a la Palabra y a la comunión, nacen los dones de la paz interior y de la fraternidad; nace el don de comprendernos como hijos amados y providentemente protegidos. 2 Samuel 7: ‘Te pondré en paz con todos tus enemigos. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Por siempre en mí presencia’. Con nadie mejor que contigo se abre y se esponja la vida. En este final de Adviento, puerta de la Navidad, se nos abre la puerta de tu misma gracia. Salmo 88: 'Él me invocará: 'Tú eres mi padre, mi Dios, mi roca salvadora. Le mantendré eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable.' Con Cristo Jesús, el Niño ofrecido por tu generosidad desbordante de Madre, se nos capacita para vivir una fe rotunda. Junto a Él nunca nos ha de faltar. Y tampoco nos faltará la presencia del Padre Dios. Él es la roca firme en la que nos asentamos paso a paso, emoción a emoción, adversidad a adversidad.”
Esta es la gran y mejor noticia. Guardada de siglos y generaciones. Romanos 16: "Revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora." Ante esta noticia, en el misterio de la noche santa de Belén, nos quedamos absortos, emocionados, asombrados, obnubilados por el Niño pobre y su estrella. Atraídos irresistiblemente a una contemplación que perdura en el tiempo, que se actualiza en la liturgia navideña y en el misterio del parto de tantas madres desprotegidas, desnutridas, marginadas, empobrecidas, excluidas, endeudadas, perseguidas, violentadas, violadas, maltratadas... Tantas Marías como están pariendo, y tantos Niños como están naciendo en cualquier rincón de la Tierra.
Hoy es un día en el que brotan grandes deseos para paz y bien para todos los hijos e hijas de Dios. ¡Feliz nacimiento en Cristo! Renace tú, como Jesús, del seno de la Virgen Madre, de su soledad valiente y fecunda. Comprométete a mantener viva la fe en el Hijo de sus entrañas. Así gozarás de felicidad. Felices días para ti, que en medio de soledades y dificultades incontables para creer y para comprometerte, te ofreces hoy, mañana y siempre, desde tu soledad visitada por el Dios invisible, para ejercer como María, y de María: de partera, de enfermera y cuidadora; de médico, de auxiliar, y de maestra; de sanadora, de acogedora y de trabajadora social; de voluntaria, de protectora y de liberadora, y de tendedora de puentes. María, Madre, amiga, compañera de la humanidad pobre y eternamente naciente, permítenos ser contigo condiscípulos de Cristo, y sé tú nuestra pedagoga. Alumbra, durante estos días de Navidad, la esperanza del pueblo cristiano. Y, mil gracias, Madre de la Iglesia y de los pobres.
Haznos gozar, con nuestras familias y comunidades de una santa y feliz Navidad, sirviendo, amando, y alumbrando cada día el rostro de Cristo en nuestra historia.
Antonio García Rubio. Vicario parroquial de San Blas. Madrid.