Siempre impresiona lo de las piedras vivas. Es arriesgado comparar nuestras pobres personas con las piedras, por su tozuda pesadez o su aparente inmovilidad. Las percibimos como imágenes de apabullamiento o aplastamiento mortal. Sin embargo, Jesús arriesga con la comparación entre las piedras y el mensaje que pretende comunicar. Y la imagen de una piedra viva resulta sugerente. Aunque es extraño aplicar a las piedras la cualidad de estar vivas, sin embargo la imagen nos hace intuir, husmear y reflexionar sobre el ministerio del apóstol Pedro, ya que Cefas, pasó a llamarse, por decisión de Jesús, PIEDRA, Pedro. Le nombra así, y le pone como fundamento de la comunidad naciente, que recibirá el don del Espíritu Santo, y como soporte de las comunidades cristianas venideras. Así, Jesús, da a la comunidad de Jerusalén, y a sus continuadoras, roca, asiento, suelo y sustentáculo para estar y caminar en el mundo, “sin ser del mundo”. Y, a la vez, les da, con el Espíritu, una increíble agilidad, y una enorme capacidad para moverse por el mundo. Y fundamentados en la piedra de la fragilidad elegida, Pedro, al que nadie se imaginaba, los testigos se expanden ágiles como gacelas por los cuatro puntos cardinales de la tierra, como testigos del Maestro, que entregó la vida por Amor.
1 Pedro 2: "También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo". Piedra, fundamento, quietud, solidez en la oración, principio. Y a su vez, entrega, pasión, sacrificio, amor que se derrama y desparrama, servicio ágil y abnegado. Pedro, piedra, cimiento rocoso, y agilidad para la misión y para los cambios.
Juan 14: "El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre." Este relato, nos lleva a recordar a dos mujeres íntimamente ligadas a Jesús por una inseparable y singular amistad. Ellas vivieron estas dos frases, que son como la bandera de vida, tras la cual caminamos las generaciones siguientes de cristianos. Por un lado, María, que en quietud, a los pies del Maestro entendió y contempló bien la única cosa importante, la esencia de la fe: la íntima unión entre Jesús y el Padre, y, entre nosotros y el Padre en Jesús: “Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí”. Y por el otro lado, Marta, su hermana, que sin dejar de moverse y de servir, nos enseña la otra cara de la fe, la que nos engancha a muchos a primera vista, y muestra qué hemos de hacer en una historia que no deja de moverse, de ser sometida a prueba, de cambiar y de invitarnos a servir y a comprometernos: “El que cree en mí (como Marta hizo en un momento crucial de sus vidas, por la muerte de su hermano Lázaro), también él hará las obras que yo hago, y aún mayores.” En este quinto domingo de Pascua, camino de Pentecostés, las dos mujeres, nos acercan a las dos posturas de la gente de fe de hoy en día. Las dos necesarias y complementarias. Las dos se dan en unos u otros, y en nuestras comunidades cristianas. Las dos se también, a la vez, en ti: el quehacer (Marta) y la quietud (María). Desde los dos caminos, diariamente entrecruzados, se construye y se edifica el templo interior que tú vives cada día, y la Iglesia. Veamos más detenidamente desde ambas mujeres:
1.- MARÍA. Hablamos del templo del Espíritu Santo que, recibido en el bautismo, se te da a levantar y a cuidarlo en ti mismo. Un templo que, con la llegada de tu conciencia de la fe, renace en ti a través de la contemplación, como en María. Tu templo se nutre de escucha; y se embellece con tu respuesta a la llamada de Jesús: “¡Ven!”, que es el verdadero fundamento de tu nuevo ser. Jesús, además, convierte vuestro encuentro en el templo, en deslumbrador y fascinante para ti. El hombre o mujer de fe en que te conviertes, al desvelar los secretos que guarda tu bautismo, apetece de permanecer sentado a sus pies, como María, acogiendo su Palabra, empapándote de su enseñanza y gozando del don de su presencia, y de la hermosura que brota en tu corazón, en tu templo, el del Espíritu Santo. El cuarto evangelio, te sitúa como discípulo, en una relación, de intimidad y trasparencia con Jesús, superior a lo imaginable. La Pascua te muestra lo escondido para ti. El Resucitado se te manifiesta, y el Espíritu te abre el corazón para que puedas participar, en comunión de su vida, con el Padre.
2.- MARTA. La relación de intimidad trinitaria en tu templo, te facilita la realización de las obras del Hijo, y aún mayores. Cristo te ofrece participar no sólo en su ser, sino también en su poder, el poder del bien. Una vez que entras, entregado a Cristo, es inimaginable la misión de servicio a la que se te invita hasta dar fruto abundante. Sólo Él lo sabe. En el templo aprendes a confiar, a dejarte hacer, y a caminar por cualquier cañada oscura o tenebrosa, olvidado de ti, alejado de quejas egoístas, haciendo el bien y curando a los caídos, enfermos o sumergidos en duelos de muchas pérdidas. Y, el templo así vivido, también lo despliega Marta. Ella es imagen de los discípulos dispersos por el mundo, de la vocación nacida junto a Jesús, de aquél que, como tú, se integra en la obra de Cristo, en su hacer, en su misión. Marta aparece espiritualmente en la elección de los 7 diáconos. En ese respiro para la Iglesia naciente, y para la Iglesia de todos los siglos. Los diáconos, con Marta, manifiestan la misión contagiosa de servir. Tú también eres invitado a participar en el servicio a los desheredados de todos los tiempos. Los encontrarás en las personas dolientes por las pérdidas: las de sus seres queridos, la del trabajo y del bienestar familiar y social, la de su pequeña empresa, y tantas pérdidas, tantos fardos, tantas cruces, imposibles de llevar, y que precisan de bondadosos cireneos que arrimen su hombro. Hechos 6: "Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea".
Concluimos con unas llamadas:
A.- Hermano bautizado, que llevas en tu templo interior a Marta y a María, sé una piedra viva que construye la Iglesia. Hazlo desde la escucha, fundamento de tu fe, y desde la agilidad para servir en tus encuentros, para proclamar la Palabra, y para ayudar en la conversión y el cambio del corazón y la mente, tanto a ti mismo, como a tus hermanos. Hazlo con gratuidad de amor. Ayudando a asentar la fe de tus hermanos, a robustecerla, y a embellecerla de humidad.
B.- Abandona las muchas palabras, y transforma el amor experimentado en tu tempo interior, en actos de servicio y de sacrificio por tus hermanos. Y en ese sentido, convierte tu ser, y el ser de la Iglesia concreta en la que vives la fe, en un hospital de campaña, en una casa de acogida, en un centro de escucha.
C.- Y, no dejes de desparramarte como el mejor perfume, como hizo María, con el olor de Cristo, como otro Cristo para el mundo, desde tu templo interior en el que habita el Señor, y tú con Él, y tu pueblo con Él y contigo. Pues, según nos concluye hoy el Salmo 32: "La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra". Paz.