Ejercicios espirituales; la muerte de Jesús, demasiado “escandalosa” como para no ser verdad
En la séptima meditación, Michelini reflexionó sobre los detalles «embarazantes» de la narración de la Pasión del Mesías, que también fue «malentendido» en la cruz
Salvatore Cernuzio
D 12 M 2017
Hay detalles tan «embarazantes», tan «incómodos» y «escandalosos» en la narración evangélica de la muerte de Jesús que demuestran cuán «verdadera» y no «aparente» fue. Son esos detalles que los exégetas definieron como los «criterios embarazantes» que, justamente por su carácter, representan indicios de historicidad. El padre Giulio Michelini siguió estas ideas en su meditación de hoy (la séptima) durante los Ejercicios Espirituales de Cuaresma en la Casa Divin Maestro de Ariccia.
El primer elemento que citó el franciscano en su reflexión, según indicó la Radio Vaticana, fue el «sentido de abandono que Jesús sintió en la cruz». Cristo grita: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y agudiza este dolor la incomprensión «por parte de quienes están asistiendo al cruel espectáculo» de la Pasión. De hecho, «en los tres Evangelios sinópticos, los que están bajo la cruz no comprenden qué está sucediendo y cómo muere el Mesías». Algunos creen que Jesús llama a Elías, otros que invoca al Bautista.
Este «malentendido» es «una última tortura» para el Hijo de Dios que «está llamando al Padre». Pero el Padre «calla», «no interviene»: este es otro elemento «embarazante» de la narración, indicó el predicador. El sentido de abandono por parte del Padre es algo tan real y «escandaloso» que resulta difícil «inventarlo». Jesús «se queja» no porque se sienta abandonado por Dios o por el dolor, sino porque sus fuerzas físicas le faltan, subrayó el fraile. Y citó las «hermosas» líneas del escritor israelí Amos Oz, que describió la muerte de Jesús «desde el punto de vista de Judas, que está asistiendo a la crucifixión, pero esperando que no muera». Oz también propone que Jesús haya llamado varias veces a su madre desde la cruz.
Entonces, Jesús es malentendido. Pero, se preguntó el religioso, ¿por qué «tantos malos entendidos en los Evangelios, en las relaciones de Jesús con adversarios y apóstoles?». ¿Por qué Cristo no es «reconocido, acogido, comprendido?». Y, en general, ¿por qué existen los malos entendidos? El padre Giulio contó una experiencia personal: el diálogo de una pareja después de que la esposa hubiera descubierto la traición del marido leyendo los mensajes de texto de su celular. Detrás de estas dos personas, explicó, «hay una gran herida», el adulterio, «era eso, en el fondo, el problema que les impedía comprenderse» recíprocamente.
Según el fraile, se podría decir que «los malos entendidos son mecanismos de defensa: las ciencias del lenguaje nos hacer notar que en la comunicación entran en juego el contenido y la relación entre los que se comunican. A menudo se está de acuerdo sobre el objeto, pero si la relación está comprometida y si existen obstáculos de tipo humano, entonces el contenido pasa a un segundo plano».
Por su parte, «Jesús no dejó de explicar y volver a explicarle a sus discípulos y adversarios las cosas que no comprendían». Pero «desde la cruz ya no puede explicar nada», aunque hubiera sido la cruz misma la que explicaría todo. Bajo ese horrendo símbolo de muerte había un centurión que atraviesa a Jesús con su lanza. El padre Michelini se detuvo a reflexionar sobre esta imagen, que se relaciona con la del «centurión de Cafarnaún», que recibió el don de la curación de una de las personas que quería. Jesús no rechaza el «gesto de amor»: «ofrece a los soldados la otra mejilla, como había enseñado en el discurso de la montaña: al centurión de Cafarnaún le había dado su disponibilidad. Ahora, desde la Cruz, solo puede ofrecer su flanco del que surgirá agua y sangre, para el perdón de los pecados», reflexionó el predicador.
Por ello invitó a saber «descubrir la presencia de Dios», no solo en los «signos evidentes», sino, sobre todo, «en la ordinariedad de lo cotidiano y en la mirada del otro». Tal vez, concluyó Michelini, habría que preguntarse si debido a «cerrazones» o al orgullo no comprendemos a los otros, no tanto porque las cosas que digan «sean oscuras», sino simplemente porque «no queremos comprender».