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viernes, 17 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO

Hoy planteamos nuestro trabajo y nuestro esfuerzo. Como cristianos nos movemos entre dos tensiones legítimas: por un lado, la importancia que tiene nuestra acción y, por el otro, la sensatez del reconocimiento de que todo lo que hacemos es obra de Dios. Necesidad, pues, de ser valorados en lo que hacemos y, a su vez, la belleza de experimentar nuestro no-protagonismo, pues es el Espíritu el que guía todos nuestros actos.

Somos responsables de nuestros actos, para los cuáles hemos de contar siempre con el empuje y la sabiduría que vienen de Dios. Salmo 127: "Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien." La sabiduría del pueblo de Israel nos ha transmitido  esta doble vertiente de nuestra acción en el mundo.
"Todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas, Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados." El cristiano es consciente de la belleza y la autenticidad de estas palabras de san Pablo. Como consecuencia de que somos hijos de luz y del día, hemos de prestarnos a colaborar con nuestras obras para que haya luz en la tierra. Sea cual sea nuestro trabajo ha de contribuir a hacer posible un mundo nuevo, justo y fraterno. El mundo que Dios ha soñado con nuestra colaboración. Él ha iniciado la obra y quiere que entre todos se lleve a término.
El trabajo del hombre es, pues, sagrado.  Haga lo que haga todo es para el mismo fin. No sólo el trabajo de nuestro voluntariado, sino también nuestro trabajo remunerado. Por eso es tan importante trabajar con la conciencia de que lo que realicemos pueda ayudar a hacer un mundo justo. Por eso,  hemos de negarnos a colaborar en actividades que destruyan la vida o al hombre.
La misma inacción es destructiva. Los dones, cualidades, carismas, potencialidades que cada uno recibe, ha de ponerlos a producir para el bien de todos, para completar la obra de Dios, el Reino de su Hijo Jesús, nuestro Reino. Mateo 25: "¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene."
Las palabras de Jesús son una llamada de atención. Me gusta recalcar que las aparentes condenas de las parábolas del Evangelio, no son tales condenas, sino llama a constatar lo que sucede, y empuje para realizar la obra encomendada a cada uno de nosotros. Al que mucho se entrega, muchas puertas se le abren, y mucho amor recibe de los demás. Y al que se cierra en sí mismo, mucha penuria le acompaña y mucho olvido de los otros. Por eso, es tan bueno que despertemos y que todo lo que realizan nuestras manos o nuestra inteligencia, sea expresión del amor y de la providencia de Dios sobre el hombre y sobre la tierra.
Hay demasiado trabajo que acrecienta el mal, demasiado lo realizado por puro egoísmo o por acopio de dinero, demasiado trabajo inconsciente y alejado de la verdad y de la justicia, demasiada acción hecha de mala gana, demasiada parálisis que destruye en sí lo comunitario. Cuánto mal hacemos sin conciencia del mismo.
La mujer hacendosa llama poderosamente la atención de los sabios de Israel. Es verdad que las mujeres nos han sorprendido a lo largo de la historia, y lo han hecho especialmente por su dedicación absoluta a lo que realmente merece la pena. Siempre relegadas, marginadas, no reconocidas, postergadas, infravolorizadas, no remuneradas y tantas veces esclavizadas. La necesaria igualdad que hoy se predica, pero que no se materializa, no debería sólo tener como consecuencia un mundo en el que prevalezca el predominio del poder que han cultivado los varones. La igualdad ha de traer un cambio de mentalidad. Las mujeres han de adquirir la igualdad completa en su dignidad y sus posibilidades. Y los varones han de adquirir la sensibilidad de las mujeres por hacer el bien, lo que construye vidas auténticas, sanas, saludables, llenas de ternura y de valores espirituales. Varones y mujeres han de hacer posible el Reino de Dios y dejarse hacer por su bondad.
Proverbios 31: "Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Trae ganancias y no pérdidas. Trabaja con la destreza de sus manos. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre."
¿Tienes conciencia de estar, con tu trabajo, edificando el mundo que Dios quiere para la humanidad? ¿Has descubierto que tu trabajo remunerado sirve para hacer el bien y el Reino? ¿Has tenido la experiencia de quedarte al margen de la construcción del Reino? ¿O, incluso, de hacer lo contrario?
Cuida tu trabajo, es obra de Dios. Déjate llevar por el impulso del Espíritu Santo. Llena de luz tu mundo laboral o tu trabajo como voluntario. No te cierres en ti mismo como consecuencia de tus frustraciones. Llena de valores humanos y espirituales toda tu acción sobre este mundo. Tienes mucho bueno que aportar. Dios te ha soñado feliz. Ayuda con tu trabajo responsable a la felicidad de todos. Entrégate con alegría a pesar de tu opresión o de tu estrés. Todos esperamos de ti.
Antonio García Rubio. Vicario parroquial de San Blas. Madrid.

N. B. Os escribo desde Buenos Aires donde he llegado con deseos de conocer el trabajo pastoral que sea realiza en las Villas de la pobreza. Os contaré. Salgo el 20 para La Amazonía. Escribo desde el WiFi de los Salesianos que me acogen y ayudan en todo. Esta tarde estaré con Hernán Britos el joven que soñó con el Papa y el título de uno de nuestros libros, junto a Paco Castro. Algunos le conocísteis. Buena semana. Perdonad los errores. Todo ha sido rápido y hecho en el móvil tras 16 horas de vuelo y aeropuertos.

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