
Para alimentarlo, esas células beben del torrente sanguíneo, tragando oxígeno y energía química. Cuando el cuerpo muere y el flujo de sangre al cerebro se detiene, las neuronas privadas de oxígeno intentan acumular los recursos que les quedan, explican los investigadores.Enviar señales de un lado a otro es un desperdicio de esos preciosos últimos sorbos de vida.Por lo tanto, tanto como sea posible, las neuronas se callan, y en su lugar usan sus reservas de energía restantes para mantener sus cargas internas, esperando el retorno de un flujo sanguíneo que nunca llegará.Como esto ocurre en todo el cerebro simultáneamente sin propagarse gradualmente, se denomina "depresión no dispersa".
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