En la vida moderna corremos de un lado para otro, ocupados con el trabajo y con nuestras relaciones personales.
Como consecuencia muchas veces no nos paramos a pensar en cómo nos sentimos.
El problema con esto es que corremos el riesgo de hacernos daño a nosotros mismos y a los demás al no afrontar nuestras emociones.
Nadie quiere llegar a casa y encontrarse con alguien que está de mal humor todo el rato y no sabe por qué.
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