Eva, una estudiante de aviación de 19 años, estaba sentada en su minúscula habitación en cuarteles compartidos en la localidad de Kitengela, Kenia, sintiéndose arruinada, hambrienta y desesperada.
Utilizó los 100 chelines kenianos que le quedaban en la cartera y tomó un autobús al centro de la ciudad, donde buscó al primer hombre que le pagase por tener sexo con él. Tras 10 minutos en un callejón sórdido, Eva volvió a Kitengela con 1.000 chelines, suficiente para comer el resto del mes.
Hace seis años, cuando estaba en la universidad, Shiro conoció a un hombre casado casi 40 años mayor. Al principio, recibía de él solo comestibles. Luego fueron viajes al salón de belleza.
Dos años después del comienzo de la relación, el hombre la mudó a un nuevo apartamento porque quería que estuviera más cómoda. Dos años después, le dio a Shiro un pedazo de tierra en el condado de Nyeri como muestra de compromiso.
A cambio, puede dormir con Shiro cuando le apetece.
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