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viernes, 27 de diciembre de 2019

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA

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Hace unos días, un compañero y amigo despedía a su madre diciendo de ella que, con su forma de ser, "honró a la vida". En lugar de decirnos que habíamos de honrar padre y madre, nos habló de su madre como una mujer que honró a la vida. Me gustó. A veces es necesario cambiar la dirección de los términos, para poder comprender algo importante. Etty Hillesum, estando en el Campo de Concentración, a punto de ser gaseada, no oraba pidiendo ayuda a Dios, sino que le ofrecía a Dios su ayuda: "Te ayudaré, Señor, a que en esta monstruosa desolación, se mantenga encendida tu luz". O lo de aquél que decía a sus hermanos, temerosos por el futuro de la fe y de la Iglesia, que mientras él tuviera aliento, la fe en Jesús seguiría viva en la tierra. Eclesiástico 3: "Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas." Se nos enternece la conciencia, a la par que se fortalece la voluntad, cuando las cuestiones esenciales entran en juego en nuestra reflexión y en nuestro mundo.
Muchos de nosotros aprendemos las lecciones y los rudimentos básicos de la vida, y los asentamos en nuestro ser naciente y creciente, entre los arrullos de la cuna, el pecho de la madre, la mirada tierna del padre, los primeros llantos y risas, y los incipientes gateos entre gestos complacientes y amorosos. En esa edad inaugural se van  inscribiendo muchos secretos de millones de vidas que después ya no seremos capaces de cambiar. Cuánto bien nos hace una buena acogida  en cualquier hogar o lugar en el que nos adentremos. Y qué rechazo sentimos después ante quien nos ha ignorado o despreciado. Y ahí está la base de la familia y también la de la Iglesia, esas grandes familias anheladas por todos nosotros. Cuántos se sienten apartados de raíz del crecimiento en la fe, por la falta de bondad y de ternura de los que tienen la misión de darles acogida. Cuánto dañan los rígidos, los legalistas, los miopes que no saben ver la trascendencia de cada vida, los impositivos que no saben esperar la acción secreta de Dios. Cuanta gente se margina de la familia, de la Iglesia, de la vida social porque no han sido acogidos y amados como se merecen.
Pablo lo borda. Colosenses 3: "Por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos." Tres cuestiones básicas sobre las que construir la familia humana y la familia de la fe. Si no se dan o no se viven en su momento, después, sólo nos encontraremos con lamentos, depresiones, graves enfermedades del alma y del cuerpo, desajustes, represiones, violencias y todo lo negativo que nos resulte conocido o imaginable. Con el tiempo habrá que derrochar medios, y recurrir a políticos y religiosos, educadores y psicólogos, sociólogos o economistas, médicos y voluntarios para tratar de enmendar lo que tendrá ya poco remedio, pues probablemente se seguirá actuando con la misma frialdad personal o institucional de nuestro sistema de vida. Las tres propuestas paulinas son estas:
1. Pacificar. En el sueño se dice a José: "Toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes" (Mateo 2.) A José conviene no perderle de vista. Es genial. Escucha. Está atento. No se despista. No protagoniza. Actúa. Sirve. Se implica de lleno. Arriesga. Da seguridad y fortaleza. Pacifica. Y, sin pretenderlo, nos da pautas para entender que la paz se construye con responsabilidad y autenticidad. Y con coherencia. La paz nace en el corazón y la mente de los hombres y las mujeres que se olvidan de sí mismos y emprenden la aventura, que pueden equivocar, de amar. Esa es la cuestión. No perdáis de vista a José. La paz la hacen posible las personas que, como él, actúan con claridad, con visión larga, con ausencia de individualismo, con sosiego interior y con responsabilidad. La paz es el colchón de la vida familiar.
2. Agradecer. Caminan muchos desagradecidos por esta tierra. Y, por el contrario, los que han dejado "que la paz de Cristo actúe de árbitro en su corazón", cumplen el mandato paulino: "Y sed agradecidos". Para hacer posible la comunión y la unidad que requieren la familia y la Iglesia, es necesario que seamos personas agradecidas; con la palabra 'gracias', siempre presta, para salir del corazón. Un niño agradecido es el fruto maduro de haber sido bendecido por una familia o una Iglesia que ha sido para él una bendición. "Bendecid, sí; no maldigáis". Que nadie convierta en ‘maldito’ por ausencia de bondad, al que está llamado a bendecir,  acoger y amar.
3. Amar. Sólo el amor sana y cura. Sólo el amor saca del laberinto del sufrimiento. Sólo el perdón y el amor son las medicinas que crean seres humanos robustos por dentro y por fuera. Sin amor todo acabará por ser decadente. El amor es el ceñidor de la vida, de la familia, de la Iglesia, de la sociedad y la vecindad. No hagas nada sin amor. Hazlo todo como María. Lo enturbiarás si lo realizas por ley, ideología o imposición. Con amor, verás a "tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa." (Salmo 127.)
Facilita que tu familia y nuestra Iglesia sean sagradas, como lo es la Sagrada Familia. Y no olvides que sólo es sagrado el Amor y lo que el amor toca. Y alimenta la certeza del alma de que Dios lo derrama por todas partes, en todos los corazones, para que los hombres lo acojan y lo vivan con inmensa alegría. 

Antonio García Rubio.

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